Hubo un tiempo en que fueron cientos, y otro en que fueron miles.
Y luego, un tiempo en que no fueron ni cientos ni miles, ni nada.
Ni reales, ni imaginarios. Ni en esta dimensión, ni en ninguna otra.
En la histórica legión de pequeños demonios que me habita, las cosas fluyen.
Más (o menos) inquietos según la temporada, la ocasión, los vientos.
Permeables, como cualquiera, al chaparrón ineludible de las circunstancias.
A veces, ofendidos, no me hablan (pero yo igual los escucho murmurar)
A veces, agotada, no les presto atención (pero ellos son muy pacientes)
A veces jugamos a que nos olvidamos mutuamente (pero es solo un juego)