Por una cosita de nada

Una cosa chiquita. Una cosita. Algo mínimo.
Una miguita de algo. O una gotita de algo.
O ni siquiera eso. El vestigio de una cosita.

Una insignificancia, en el lugar equivocado.
En el preciso y específico lugar equivocado.
Y todos mis demonios emergerán como demonios.

Con la violencia de un espasmo, desde mis entrañas.
Con la fuerza ascendente con la que estalla un volcán.
Fuera de toda proporción, reacción desmedida y letal.

Por una cosita de nada, o el recuerdo de alguna cosita,
De un algo que se haya quedado molestando en mi garganta.
Reaccionarán mis tripas, como una horda enloquecida y feroz.

Lucha Libre

En esta esquina, mis pequeños y queridos demonios de siempre.
Y en la esquina contraria, mis nunca bien ponderados fantasmas.

Yo los reconozco, a todos, aunque cambien sus máscaras.
Aunque cambien sus disfraces, sus nombres y sus tácticas.
Algunos pocos se han retirado y muy pocos se han incorporado.
Pero en general, siempre son los mismos, siempre lo han sido.

Algunos la hacen preferentemente de buenos, los otros de malos.
Pero en realidad, esto no es más que un show bien concertado.
Una coreografía imposible sin la buena voluntad de ambas partes.
Una lucha simbólica, una danza ritual, pero no por eso menos real.

Yo soy quien observa, quien apuesta y quien levanta las apuestas.
Y también soy el relator, el presentador, el arbitro y los jueces.
Soy quien entrena a ambos bandos, quien les da nombre y forma.
También soy el ring donde se lucha, la lona y las cuerdas.
Soy el premio, soy el sudor y soy la sangre que se derrama.

Porque, a pesar de todo, también hay sangre que se derrama.
A veces, no siempre, pero a veces pasa. Un poquito, nada más.

Pantallazos

A veces hay momentos así. Momentos en que lo único que me urge es sentarme en un sillón cualquiera frente al televisor imaginario de mi alma.

Entonces desconecto el cerebro de lo que pasa alrededor y entorno los ojos como para enfocar mejor. Ahí están: ciento veintiún canales a todo color y sonido estereofónico.

Haber, hay de todo: historia,  romance, ciencia ficción y fantasía; mucho de arte, algo de filosofía y hasta esoterismo berreta. También se encontrarán canales de acción y violencia, reductos de tiernas infatiladas y terror para todos los gustos.  No falta algo de pseudo actualidad en forma de noticieros. Y algo, alguito, de porno. Mi alma, mi espíritu, mi «lo que sea», será lo que será, pero está bien surtida.

Sin siquiera un parpadeo, de modo automático, voy haciendo zapping. Como si fuera una frenética carrera, mezcla de ansiedad y hastío, por acabar de revisar los vericuetos y escondrijos de mí misma.

Doy por sabido que no hay nada nuevo que ver. Pero debe haberlo. Y yo prefiero mejor ni enterarme, pero igual me entero. Parece inútil repasar una y otra vez aquello que no puedo no saber. Pero el chiste está en verlo desde afuera, desde mi siempre tan cómodo sillón de espectador premium.  Desde afuera todo se ve distinto, aunque sea lo mismo.

Por ejemplo, aquello que alguna vez se vio como un documental de guerra, hoy aparece en la pantalla de  mi televisor imaginario, como round de lucha libre. Como cuando veíamos Titanes en el Ring. Como la lucha libre de la Arena México. Exactamente así. Una lucha que es mezcla de danza y acrobacias, una lucha donde se lucha, pero no tanto. Una lucha donde hay buenos y malos, pero donde no pueden faltar ni los unos ni los otros. Una lucha que, por histórica, debe ser más o menos pareja, aunque siempre ganen los mismos.

El tic tac.

Cuando los ignoro, mis pequeños demonios se quejan.
Golpean las paredes de su prisión como con furia.
Se quejan como se quejan los que se quejan con razón.

Y los golpes van adoptando un ritmo. Se parecen a latidos.
Sus puños son puños diminutos, y ni dientes tienen, ni garras.
A veces duele un poco, sí; pero se parece más a una molestia.

Como  una piedra en el zapato. Una basurita en el ojo.
Un latido, constante como latido. Suave, rítmico, infinito.
Un tic tac profundo y sordo, y a su vez, ensordecedor.

My way (por decirlo de algún modo)

Lineas simples.

Frases cortas y sencillas.

Sin enredos innecesarios.

Solo con los enredos imprescindibles.

Así escribo, en general.

Porque así pienso en general.

Con lineas simples.

Con frases cortas y sencillas.

Sin enredos innecesarios.

Frases que se ordenan y reordenan.

Frases que se desdoblan, se repiten.

Frases que se multiplican.

Que se amontonan en mi mente.

Frases con espíritu de tumulto.

Frases que exigen salir por escrito.

O desbordar de la peor manera.

Frases que amenazan porque pueden.

Pero que se conforman con poco.

Malabares invisibles

El mimo malabarista hace malabares con pelotas invisibles.

Concentrado su semblante, fija su mirada quién sabe dónde.

(quién sabe donde o quién sabe cuándo).

Las bolas no se ven, nosotros no las vemos, pero claramente se revelan de cristal.

Y en su interior, también invisibles a nuestros ojos, se adivinan pequeños tesoros.

¿Serán trozos de su vida? ¿recuerdos? ¿sueños? ¿ideas sueltas? ¿proyectos? ¿anhelos?

¿Serán indómitos sentimientos por fin dominados? ¿sensaciones? ¿pensamientos?

¿Serán, acaso, sus pequeños demonios encarcelados en bolas de cristal imaginario?

Algo así ha de ser, supongo.

Nunca vi malabarista tan esmerado, ni tan cuidadoso.

Toma las etéreas esferas delicadamente, con suavidad y ternura.

Las arroja, una tras otra, con la segura precisión que da la experiencia.

En su cara de mimo pintado, todo y nada se trasluce en un mismo gesto:

Esperanza, miedo, alegría, orgullo, incertidumbre, amor, respeto.

Y cierta templanza insondable, que me fascina a la distancia.

Negociaciones

Pequeños demonios míos, pequeños y bulliciosos.

No demandan más que aquello estipulado en el contrato.

Reclaman sus derechos, a cambio de sus bien cumplidas obligaciones.

Y mi obligación no es mucha: yo soy su carcelera.

Alimento no les falta:

Se alimentan de mi realidad, y de mis sueños.

Y no les falta espacio vital:

Viven en mi, en cada rincón de mi cuerpo y de mi mente.

Pero igual reclaman.

No la libertad, porque saben que eso es innegociable.

Exigen sus quince minutos semanales a cielo abierto.

Y es verdad que de vez en cuando se me olvidan.

Y por mi propio bien, yo  no debería olvidarme.

Mis pequeños demonios saben que llaga tocar.

Y allí revuelven sus minúsculos deditos infernales.

Ejercen, con precisión y elegancia, la justa presión.

En el lugar justo, de manera suave pero insoportable.

Y no me queda otra opción que disculparme.

Y reconocerle sus méritos, porque los tienen.

Petits demonios of mine…

Mis demonios no tienen más nombre ni apellido que los mios,

reos confinados a las profundidades de mí misma.

Pero tienen sus bien merecidos quince minutos al sol,

una vez a la semana o una vez al mes, según soplen los vientos….

Cumplen con sus obligaciones y gozan de sus derechos.

Se quejan, desconfían y conspiran cuando les doy la palabra.

Y cuando no, guardan silencio, recelosos pero obedientes.

Ven el mundo exterior a través de mis ojos.

Mastican la realidad,  la digieren y la vomitan,

una y otra vez, como si fuera el pan suyo de cada día.

Y no llega a mí más que inofensiva ambrosía predigerida,

como si yo no fuera mas que un pichón de mi misma.

Y así, mis tan dulces y tristes demonios de utilería

cumplen con la principal de entre todas sus funciones:

mantener muy a raya a mis fantasmas.

La sed

En su penumbra inconsciente los demonios andan bramando de sed.
Sed de tiempo, sed de sangre latiendo, sed de verdad.
Sed de justicia instintiva, sed de una libertad que les está prohibida.
Los demonios son demasiado ingenuos para este mundo
Demasiado ingenuos, pero se niegan a creerlo.
Su malicia infantil los hace presa fácil de este lado de la vida.
Yo me armo de paciencia, trato inútilmente de explicarles.
Ellos me devuelven la mirada con sus ojos que son tan míos.
Acordamos una tregua. Pero la sed va mas allá de todas las razones.
La sed es la urgencia,  mi propia urgencia.
Y no se calma con palabras ni se sacia con pretextos de folletín.

El infierno no son los otros

Compré mi pasaje y la única boletería del lugar cerró su ventanilla tras darme mis dos moneditas de vuelto. La estación del tren está desierta en esta fresca medianoche de otoño.

 

El ambiente es más que propicio. Es inevitable: llegan aunque nos las llame. Primero las palabras sueltas, luego las ideas, después las imágenes.

 

Esta noche será, sin duda, una noche de sueños infernales.

 

Esta noche tengo cita con mis demonios personales

 

Me sonrío. No les temo. Ya hace tiempo que no les temo. Mis demonios son sangre de mi sangre imaginaria.

 

Son violentos, desagradables, impiadosos. Impulsivos, desprejuiciados e irónicos. Pero a su manera, bien podría decirse que son gente de palabra. Y tenemos un trato; día a día, ellos devoran y digieren todo lo que me hace mal y me los devuelven en forma de razonamientos forzados y mala poesía; yo los protejo de las fuerzas inquisidoras de la moral y las buenas costumbres, de los predicadores de turno, los psicólogos y las pastillas. 

 

Yo los dejo existir en sus penumbras. Ellos me dejan vivir mi vida.

 

Las clausulas son simples, son pocas y son justas: ellos no asomaran sus narices de este lado de universo si hay gente cerca; yo, de vez en cuando, desapareceré para todo y para todos por un día y dejaré que ellos hagan con mi mente y con mi alma lo que quieran, lo que puedan. Sus quince minutos al sol. Cualquier condenado los merece.

 

Con el tiempo, mis demonios y yo hemos desarrollado una relación simbiótica: ellos me muestran lo que solo puedo ver a través de sus ojos: yo de vez en cuando escribo, a mi manera, sus historias.

 

Mis demonios, dulces ángeles de la guarda caídos en desgracia. Atormentados, negados y solos. Condenados y confinados por mi misma y sin embargo, amantes fieles como pocos.

 

Dicen que dicen que el infierno son los otros. Yo prefiero creer que no. No podría ser quien soy sin ellos.