De suertes y cosas por el estilo.

Si al salir de casa, o de donde sea, me doy cuenta que me olvidé de algo, vuelvo. Es decir, a veces vuelvo, a veces no. Vuelvo si no estoy muy lejos, si tengo tiempo, si lo necesito, si tengo ganas. Depende de las circunstancias, que siempre son varias y variadas.

Si se me vuelca la sal, generalmente limpio de inmediato. Y si es mucho lo que se vuelca, recupero lo que puedo. En general, sí lo hago, pero no siempre: a veces me hago la tonta y la desparramo un poco más para que no se note.

Si en la calle me cruzo con un gato negro, casi siempre me admiro de su belleza, porque casi siempre son bellos los gatos esos. No todos, obviamente, pero casi todos. Como pasa con los gatos en general. Y demás animales también.

Si se me vuelca el vino lo lamento, siempre y cuando haya sido un buen vino. Aunque si se vuelca sobre mi ropa lo lamento más profundamente, porque nunca es fácil quitar las manchas de vino tinto, no importa que tan bueno o tan malo haya sido originalmente.

Si me levanto con el pié izquierdo, casi nunca me entero. A la hora de levantarme tengo aún demasiado sueño como para fijarme en esas cosas. Pero casi seguro que lo hago de inmediato es apoyar el otro pié. Cuestiones básicas de estabilidad. Cosas que se aprenden en la vida.

Si se me rompe un espejo, lo primero que hago es juntar los pedazos rotos de cristal y envolverlos con cuidado en abundante papel para que nadie se lastime. Lo segundo es barrer a conciencia toda la estancia. Lo tercero, comprar un espejo nuevo. O apuntarlo en mi agenda, al menos.

Si mi camino pasa bajo una escalera, me fijo si hay alguien trabajando en ella. Si es así, hago un rodeo para no molestarlo, y evitarme, por ejemplo, salpicaduras de pintura, si es que la persona esta pintando. Si esta vacía y sola, la escalera, y se ve estable, sigo mi camino y la atravieso cual si fuera un arco del triunfo urbano, modesto y cotidiano.

Si en la vida me cruzo con un supersticioso, lo tolero un rato. Lo tolero, pero no debería. Nada bueno puede salir de eso (lo sé a ciencia cierta).

Sobre la magia.

Yo no sé si creo en la magia. Tal vez sí, tal vez no. Tal vez solo a veces. Y cuando hablo de magia, no sé si es de magia o de algo que se le parece. Es más, no sé que es la magia exactamente, pero como cualquiera, lo intuyo. Como cualquiera, imagino, busco y armo de a pedazos mi propia definición.

Y a veces creo, y a veces no. La mayoría de las veces no, pero a veces sí (porque a veces se elige y a veces no). Pero incluso cuando sucede que sí, incluso entonces, también tengo mis parámetros, como cualquiera, como todos. Qué sí es y qué no es. Cuando sí y cuando no. Hasta donde sí y hasta donde no. Donde nace y donde muere, donde vive y de que está hecha. Y así formo mis opiniones.

La magia, creo yo, no está en la galera. Ni en el abracadabra. Ni en la varita a la que llaman mágica. Ni en la pócima ni en el brebaje que hierve en el caldero. Para mí que es algo que está mucho más adentro, por decirlo de alguna manera. No en el conejo, no en el mazo de cartas. Ahí, tal vez, esté el truco, pero no la magia.

Tampoco la magia del momento está en el momento. No en el eclipse, ni en la luna llena. La magia está en otro lado, y ese otro lado no son las estrellas ni las tripas ensangrentas de una oveja. No está en las palabras, ni en las piedras, ni en un agua en particular, como si no fueran todas las aguas la misma agua. No está en los rituales ni en los lugares sagrados. Obviamente, la magia no está en el corazón del sacrificado, ni en la estampita, ni en la estatua. La magia, casi que podría asegurarlo, no está en los dedos cruzados, ni en el gato negro ni en los espejos (ni en los rotos, ni en los sanos).

Pero la magia, tal vez, esté en los magos, en las brujas, en los adivinos, los nigromantes y las hechiceras.  O simplemente en el gente. A mi me gusta creer en la gente. Yo prefiero creer en la gente.

Tal vez hoy

Tal vez hoy sea cuando.
No el único «cuando», porque los «cuando» siempre son muchos.
Tal vez hoy sea el «cuando».  O un «cuando» al menos.
Aunque no sea el primero, ni último, ni el más importante.

Tal vez hoy sea uno de esos días.
De esos días que no pasan sin pena ni gloria, aunque sean mínimas.
De esos hitos chiquitos, esas marcas de tiza en el camino.
Un día de esos, con fecha escrita con tinta indeleble en nuestra historia.

Tal vez hoy lo sea, tal vez no.
Esas cosas se saben después de un tiempo, mirando en retrospectiva.
Hoy, yo creo que sí lo será, pero es solo una creencia, un anhelo.
Prefiero creer que sí, y prefiero que las incógnitas sean meros detalles.

En simultaneo

El truco, tal vez, sea la simultaneidad.

Ser al mismo tiempo lo uno y lo otro, en un mismo instante.
No un rato cada cosa, no cambiar según las circunstancias,
sino serlo todo a la vez, incluso las circunstancias.

Ser el árbol firme que resiste frente a todas las tormentas;
y ser la hoja que se deja llevar, dócilmente, por el viento.
Y ser también el viento, el devenir de las cosas, el tiempo que pasa.

Ser la tierra donde se hunden las raíces de todo y ser las raíces,
Las que nacen, las que crecen, las que mueren y desaparecen.
Y el agua que las nutre y las moja, el agua que es todo y a veces falta.

Y ser nomas yo, mi memoria y la conciencia de mi misma;
mi unicidad, mis límites, mis nervios trenzados y hechos nudos;
mis pedazos de humanidad de carne y hueso. Y solo eso.

Al mismo tiempo, todo. Incluso aquello de ser y no ser. En simultaneo.

Tiranetas

Cuando se vive en un país que no es el país natal, ni el que nos vio crecer, la posibilidad de aprender nuevas palabras cada día es tan alta, que es más una certeza que una mera posibilidad. Incluso si en ambos países se habla el mismo idioma. Porque el idioma que se supone que es el mismo, no es tan el mismo. Porque la gente que escuchamos y con la que hablamos ya no es la misma. Porque lo que leemos ya no es lo mismo. Y por la historia, y por las mezclas, y por las influencias. Y quién sabe por qué otra enorme cantidad de cosas más.

O porque así es la vida. Algo que pasa, algo que fluye, algo que cambia, aunque a veces cambie poquito y muy lentamente. Y a veces ese cambió chiquitito y casi imperceptible no nos deja mas enseñanza que una palabra nueva. A mi me gustan esos días porque me gustan las palabras. Me gusta jugar con las palabras nuevas,  inventar palabras, descubrir palabras. Mezclarlas, inventarles insólitas derivaciones y etimologías. Y me gusta, sobre todo, compartirlas con quien comparto mis días, porque en estas cosas compartimos las manías. Juntos jugamos a hacer malabares de palabras y crucigramas en el aire. Nos desafiamos, nos provocamos, nos retrucamos y siempre, siempre, terminamos riendo y a los besos. Nos divertimos con poco, pero nos divertimos mucho.

Hoy, mientras esperábamos nuestro pedido en un cafecito del barrio, nos llamó la atención la conversación de la mesa que estaba justo detrás de mí. Dos hombres hablaban de filosofía. Hablaban y hablaban. De Aristóteles, de Hume, de Kant. De los antecedentes de la democracia directa, de la falta de referentes suficientes, de la nueva sede de estudios filológicos, de los planes de estudios de hace veinte años, del Chopín y de Strauss, de lo que debería ser, de lo que mejor ni hablemos. Hablaban y hablaban. De todo, mucho y más fuerte de lo que en las apretadas mesas del café sería de buena educación.

Y sí, nosotros conversábamos de nuestras cosas también, aunque su erudita diarrea mental se metiera a cada instante en la nuestra, para mezclarse un poco, aunque ellos no lo supieran. Confieso que estaba divertida la cosa. El gurú y el aprendiz, arreglando el mundo y ajenos al mundo. Esgrimiendo citas contra citas, de casi todos los famosos de los últimos 3000 años.

Y de repente, llegó la palabra nueva del día. Así de repente y sin aviso, que es la mejor forma que tienen de llegar. Mi cómplice en el juego la dejó caer por lo bajo: tiranetas. Y claro, apenas la oí, y antes de preguntar nada, intenté rápidamente adivinar, porque es parte ineludible del juego. Mi primera opción fue bastante ridícula, por no decir absolutamente absurda. Era algo así como: «tiranetas, dícese de pequeñas tiranas, de poca monta, y casi nulo poder».

Y ahí si, pedí repetición. Viendo el conocido gesto en mi cara de no entender nada, repitió más lentamente: tira-netas. Dicho así lo entiende cualquiera. «Tiranetas», aquí en México, es el que en Argentina «tiene la posta», el que «te canta la justa». El siempre famoso «que se las sabe todas», y que además no puede vivir sin hacérselo saber a todo el mundo.

Terminamos nuestro postre y nos dimos cuenta que habíamos perdido hace rato el hilo de la conversación ajena. Pagamos lo nuestro y nos fuimos a casa, aún entre risas y besos.

El otro payaso.

Con la convicción de que hacer reír es bueno, el payaso se consuela.

El fantasma del buen Garrik lo guía, lo invade, lo acompaña.

Ya no soporta hacerse el tonto, pero es lo que mejor funciona.
Ya no quiere seguir tropezándose a propósito con sus propios pies.
Ya está cansado de pintarse la cara de blanco y de tanta ridiculez.
Ya está harto de caer de cara en el pastel, una y otra y otra vez.

Pero el númerito del payaso listo no funciona aún del todo bien.
Al menor gesto de inteligencia los niños se asustan y  lloran.
Y los adultos fruncen el ceño, fruncen la nariz, y todo lo fruncible.
Porque también los adultos les temen a los payasos inteligentes.

Si no es de la desgracia ajena, parece, ya no saben de que reírse.

(y eso no está bien, nunca lo estuvo, nunca lo estará)

Recetas

Todos tienen una receta para todo. O varias recetas.
Todos tienen una receta para todo. Para lo que sea.

Recetas para huesos flojos, la piel reseca y  la resaca.
Recetas para fortalecer el carácter y ablandar la caca.
Recetas para invocar a los ángeles y destapar caños.
Recetas para cultivar lombrices azules y evitar daños.
Recetas para freír huevos podridos y mejorar el sexo.
Recetas para ganarle tiempo al tiempo que se va.
Recetas para curarlo todo, pero todo de verdad.
(recetas hasta para burlar la muerte, si hay suerte).

Recetas claras, paso por paso, todo bien enumerado;
con instrucciones concisas, como preceptos sagrados.
Recetas infalibles a prueba de tontos y de descreídos;
no hay forma de equivocarse, no hay lugar a errores.
Recetas basadas en la sabiduría milenaria de la abuela;
o bien fundadas en los últimos avances de las ciencias.

Para todo hay recetas. Para lo que sea.

Para la paz mundial hay recetas, muchas y muy variadas.
Para los fideos con crema y las papas asadas hay recetas.
Para limpiar la vajilla de plata y lavar dinero hay recetas.
Para controlar la parasitosis y curar lo maricón hay recetas.
Para que dios te perdone y la virgen te ayude hay recetas.
Para vivir mejor y para que otros mueran pronto hay recetas.
Para reciclar aceite usado y amarrar al ser amado hay recetas.
Para reactivar la economía y quitar manchas hay recetas.
Para salvarnos todos, o por lo menos algunos, hay recetas.

Todos tienen una receta para todo. O varias recetas.
Todos tienen una receta para todo. Para lo que sea.
Para todos los problemas y los sueños hay recetas.

(Algunas funcionan, algunas no. Algunas dan miedo)

Nadie muere en la víspera.

“Nadie muere en la víspera”, decían…

Claro, yo era chica, muy chica, ni siquiera sabía que significaba «víspera»; habré imaginado que era algún día en especial, alguna festividad, un feriado como tantos. Me resultaba extraño que nadie muriera justamente ese día, pero la veracidad de las frases hechas era incuestionable en aquella época.

Supongo que tampoco tendría que haber tenido en claro que era morir. Pero sí. A los 4 años a veces las cosas se ven mas simples. Morir era morir. No había dudas sobre eso. La gente se moría. Y lo que venía después la muerte era la vida de los que quedaban con vida. Las versiones adultas sobre cielos e infiernos, reencarnaciones y renacimientos eran contradictorias e incomprobables. Y por eso mismo, y por tan ajena, y por tan lejana, la muerte realmente no me preocupaba.

“Nadie muere en la víspera”…

Cuando un tiempo después me angustiaban los millones de muertes violentas, las masacres, las tragedias, los accidentes, el hambre, la pobreza y las guerras, la muerte fue cosa seria.. Entonces la misma frase me resultó tan hipócrita, tan conformista, tan despreciable. Yo habré tenido diez, doce años. Tal vez un poco más. El mundo era terriblemente injusto. Y dios, si existía, también.

“Nadie muere en la víspera”…

Empecé a repetirme la frase una y otra vez a modo de disculpa, o de excusa, cuando ante la muerte ajena me quedaba inmóvil y silenciosa. O cuando simplemente prefería ignorarla. El mundo era como era y si existía Dios, no me importaba.

“Nadie muere en la víspera”…

Cuando la muerte fue llegando a mis abuelos, y cada día podía ser el ultimo de sus días, la frase no era más que una sentencia burlona y despiadada. Y quise creer en un dios que me garantizará otro mundo donde encontrarme con mis muertos.

“Nadie muere en la víspera”…

Sin ser vieja ahora sé que la víspera puede ser en cualquier momento. Y resurgen los miedos, y resurgen las dudas, y veo la muerte en cada esquina , y la frase resuena en mis oídos definitivamente ridícula.

“Nadie muere en la víspera”…

En mil voces suena de mil formas diferentes. En quien lucha, resulta una consigna llena de esperanzas, de fe en que nada ocurrirá antes de tiempo. Y quien teme la entona como un conjuro para espantar la muerte.

“Nadie muere en la víspera”…

Consuelo, excusa, promesa, advertencia.

“Nadie muere en la víspera”…

Una frase hecha, como tantas, caballito de batalla de quienes creen en el destino, para los que se convencen, de algún modo, de que todo está escrito. No es mi caso. Ojalá lo fuera.

Nadie muere en la víspera de su propia muerte. Taxativamente cierto.Tan gramaticalmente correcto que es casi absurdo enunciarlo.  Como si fuera posible otra cosa, como si fuera posible morir tantas veces.  Como si no supiéramos acaso que los días se suceden unos a otros inevitablemente.

Como si en el último minuto importase comprender que la víspera de nuestra muerte fue justamente ayer y que paso de largo inevitablemente.  El final, nuestro final, debería ser tan simple y tan claro, como cuando teníamos cuatro años. Y comprender, y aceptar que morir es morir, y lo que vendrá, ya es parte la vida de los demás.

                                               RegD, Pná, Arg, 2005

Observaciones al vuelo

Los aviones más modernos tienen una pantalla por pasajero. Incluso si son pasajeros de clase turista, que es lo que suelo ser yo cuando viajo en avión.

Una persona, una pantalla.

Una pantalla por pasajero, y un par audífonos también.

No de los mejores, no para todos al menos. De esos chiquitos e incómodos que van dentro de la oreja. Audífonos, obviamente, para no molestar al vecino de asiento, que tan cerquita está.

Y para que no nos molesten.

Más que ninguna otra cosa, los audífonos inhiben a cualquiera que ose dirigirnos la palabra. Si llevamos los audífonos puestos, es como si estuviéramos dormidos.

O muertos.

Ni la hora se les pregunta a los que no quieren escuchar. Desprecian hasta un “buendía” sin siquiera hacer un gesto. Los audífonos, por lo visto, también los habilita para hacerla de ciegos.

Imaginación ® (marca registrada)

Princesas, doctoras, mamás o astronautas. Las niñas (y los niños, obviamente) pueden jugar a lo que sea con solo desearlo. También pueden ser monstruos o conejos, karatecas o koalas, robots o bomberos. Todo ¡todo! por el mismo precio: cero pesos. Cero absoluto. Imaginar no cuesta ni un centavo. Nunca. Jamás.

La imaginación no solo es gratis, sino que también es infinita. Nadie te dice de qué color ha de ser el vestido de la princesa o la cantidad de cabezas que debe tener el dragón. Se pueden explotar planetas con un gesto, volar sin alas, respirar bajo el agua, viajar en el tiempo. Morir y resucitar mil veces. La imaginación puede ajustar el universo a la medida del que imagina tantas veces como lo desee. Así de poderosa puede ser.

La imaginación es lo único realmente suyo que tiene un niño y lo más privado. Y tal vez, también los grandes. Pero como todas las cosas que se tienen, se puede tener mucho o poco. Es decir, esa imaginación puede ser más rica y diversa, o más pobre y mediocre. Eso tampoco depende del dinero.

O sí. Tal vez sí.

Los niños que a la hora de jugar cuentan solo con su imaginación esponsorizada, de princesas marca registrada, automóviles marca registrada, extraterrestres marca registrada, tienen mucho menos que imaginar. Salvo en casos muy excepcionales, esos niños ya no pueden decidir ni el nombre, ni el color, ni la forma de sus fantasías.

Si antes de hablar ya incorporan el «como debe ser» incluso sobre lo que no existe, lo que no es más que quimeras, están perdiendo la libertad en el único ámbito en que son (o deberían ser) absolutamente libres: su imaginación.

Días de aire denso.

En estos días hace calor todo el día, todos los días.

Yo miro por la ventana y veo el río, las islas, el parque.
Veo el puerto, un poquito de ciudad, algo de campo.
Miro por la ventana y veo tanto, tanto cielo azul celeste.
Veo tanto horizonte, siempre presente, allá a lo lejos.

Va terminando la tarde, el sol ya no quema, pero el aire sí.

Escucho a los chicos que juegan en el parque como si nada.
A los vecinos que toman mate, tranquilos, en la vereda.
A la gente que va emergiendo a las calle, ahora que se puede.
Y a los mios, que se vienen despertando de la siesta.

El ronronear de mil motores de aire acondicionado va bajando.

Es verano, pleno verano y esta vez, dicen, sí hace calor.
Yo miro por la ventana y respiro hondo, respiro profundo.
Los pulmones se me llenan de aire denso y caliente.
De aire que huele como olían siempre las tardes de verano.

La gente suspira suspiros espesos, lentos, suspiros mudos.

Hace  mucho calor,  y mi cuerpo transpira como todos.
En mi espalda las gotas de sudor se condensan y resbalan.
Y me gusta pensar que me estoy empapando de entrerrianía.
Como se empaparía también bajo la lluvia o en el río.

En estos días hace calor todo el día, todos los días y no me importa.

Respiro hondo, me empapo y me inundo de esta esencia mía.
Como ayuda memoria, como reaseguro, como amuleto de buena suerte.
Debe durarme un año al menos, por lo menos, por las dudas.
Debe durarme mientras este lejos, hasta que vuelva, hasta ese día.

Dormir de a uno

Viajar, a veces, significa dormir de a uno por un tiempo.
Porque alguno de los dos viaja tan lejos como para no volver en el día,
o porque viajamos los dos a destinos tan distintos y lejanos.
Por eso, viajar, a veces, significa dormir de a uno por un tiempo.

Dormir de a uno significa, a veces,
la posibilidad de conquistar ambas diagonales en un mismo instante;
dormir en modalidad estrella de mar, abarcando la cama entera.

Dormir de a uno significa, a veces,
descubrir la libertad entre las sábanas, sentir que se duerme entre nubes;
estirarse y retorcerse mil veces, como pez en el agua inmensa del mar.

Dormir de a uno significa también, a veces,
una mano en mi espalada que falta, que es la mano que acaricia;
una pierna derecha que te busca para enroscarse y no te encuentra,
un beso huérfano a las tres de la mañana, otro beso perdido a las seis.

Dormir de a uno significa, a veces,
que no puedo refugiarme en el hueco bajo tu barba,
y ese es, justamente, mi lugar preferido en el mundo,
por lo menos a la hora de despertarme,

Texturas / el viaje de la memoria.

Aún no soy vieja lo que se dice vieja, pero ya estoy por cumplir treinta y siete. Y ya hace más de una década que mis canas no se pueden extirpar una por una, no tan fácilmente al menos, no como cuando tenía dieciocho y las canas recién empezaban a aparecer…

Mi memoria nunca ha sido mala en rasgos generales. Más bien ha sido de calidad inestable.

En la adolescencia tenia una memoria casi prodigiosamente nítida para todo lo que hubiera vivido o estudiado a partir de los diez. Fechas, nombres, situaciones, formulas, imágenes. Todo, incluso las boludeces. Todo, que tal vez era demasiado. Pero la verdad es que la vida por venir me parecía infinita, como la memoria.

En esa misma época en que oficialmente pasaba a ser mayor de edad, la memoria de mi niñez se sumergía en una nebulosa de la que solo recordaba fragmentos robados de la memoria familiar, de las fotos y las anécdotas. O de aquellas cosas que componían el resumen de mi infancia, un compilado de memorias que sabía y repetía de memoria, pero sin estar realmente segura de recordar.

Entre los veinte y los treinta, más o menos, una parte de mi memoria fina se borró a la fuerza, por decirlo de alguna manera, y otra he intentado borrarla a voluntad, por decirlo de alguna forma también. Como si la colección de recuerdos de ese período quedara guardado en stand by: no fueron borrados, pero tampoco pueden ser evocados aún con tanta facilidad. Recuerdo lo hechos, la sucesión de los hechos, pero no los detalles. Y no me preocupa ni me angustia que así sea.

Pero desde entonces, y principalmente en los últimos años, tal vez por la edad y tal vez por las distancias, he redescubierto la memoria de los detalles y sus maravillas. La memoria de las texturas, de las luces, las sombras y los reflejos de mi infancia, pero también de mi presente. Las voces y sus inflexiones, los olores, la cotidianidad que no queda nunca en las anécdotas ni en las fotos, y ni siquiera en la memoria familiar.

Ahora sé que me estoy acercando a la memoria de los viejos, que tanto me admiraba cuando los viejos eran todos los demás. Esa memoria que te deja revivir el pasado de a ratos, que te deja disfrutar de paisajes lejanos con solo cerrar los ojos.

Después, en algún momento, sé que los vaivenes de la memoria serán otros. De momento, me siento con superpoderes recuperados, y eso me tiene feliz.

De emociones lunáticas y estelares

La luna siempre inspira.
Emociona.
Ya sea que se vea enorme en el horizonte
o pequeña en el zenit.
Siempre emociona.
Llena, menguante o creciente.
Siempre nos llega.
Si brilla con todo su esplendor
o si apenas se asoma entre las nubes.
Siempre emociona.
De noche, de día, en cualquier momento.
Blanca, amarilla, naranja o roja.
Siempre es la luna.

Las estrellas, cuando son miles en el cielo,
también emocionan.
Pero a mí, en estos últimos tiempos,
ver solo una estrella,
una sola y única estrella,
una noche cualquiera,
me emociona mucho más.

(no todos los cielos son el mismo cielo, aunque sí lo sean)

Autopsia de la libertad.

La libertad. Me preguntan por la libertad. Que si tengo algo escrito sobre la libertad. Y creo recordar que sí. Busco y rebusco en archivos viejos. Y encuentro el texto que buscaba. No era sobre la libertad, sino sobre la soledad. La única referencia a la libertad decía algo así como que la soledad huele a libertad, sabe a libertad, pero que es una mentira más de los sentidos.

Hoy, bastante años después, he de revisar esta relación que se me hacia tan sencilla entonces:

Concepto paradójico si los hay, el concepto de libertad: es una cosa de esas cosas que para mantenerla, hay que hacerse esclavo de ella.

Para mantenerla pura e impoluta, hay que desprenderse de todo. Liberarse de todo. Renunciar a todo. Incluso a la propia libertad de hacer lo que se nos venga en gana.

Renunciar a los vínculos que nos unen o nos atan a otras personas, a otras cosas, a otros proyectos, a otras ideas, porque las responsabilidades conjuntas y los compromisos no nos dejan, obviamente, ser libres.

Para ser libres, para vivir en absoluta libertad, hay que renunciar incluso a los impulsos que nos obligan. A los impulsos que nos hacen sus esclavos, a lo que llamamos «las ansias», como el hambre, la sed, el sueño o el sexo. Incluso al impulso de cagar debemos renunciar, que cuando urge, nos obliga más que ninguno.

Hay también que renunciar a toda la poesía, a toda melodía, a toda imagen. Hay que renunciar a todo arte que agite nuestra imaginación, porque nuestra imaginación ha de ser libre de estímulos externos.

Para ser libres hemos de renunciar al pensamiento, pues el pensamiento que se repite es capaz de volverse compulsiva obsesión, y no hay esclavo mas esclavo de sí mismo que el obsesivo.

Para ser libre hay que librarse de las pasiones, y abandonar los sueños, las expectativas y hasta renunciar a las ganas de ser libres. Hay que librarse de todos los miedos, pero también de toda esperanza, porque ambos nos condicionan, y estar condicionados es lo opuesto a ser libres.

Para ser libres, hemos renunciar a hacer cualquier cosa, pues nadie esta libre de las consecuencias de lo que hace, ni de lo que dice. Y ni siquiera así estaremos libres de eso a lo que unos llaman destino y otros llaman azar.

Para ser libres, completamente libres, debemos morir en la confianza de que no hay absolutamente nada mas allá. Por que si lo hay, estaremos atrapados allí, presos cual el más mísero de los reos, por toda la eternidad. Y eso es mucho, mucho tiempo.

Viéndolo así (y sin duda esto es apenas un análisis muy somero y superficial), no existe la libertad absoluta. Y dirán que es una obviedad, y sí que lo es. Pero incluso a las obviedades conviene de vez en cuando diseccionarlas un poco. Transformarlas en pequeñas obviedades parciales, así como la libertad parece no ser más que un conjunto de especificas libertades parciales.

Yo creo, sinceramente, que de esas libertades parciales e imperfectas, la única libertad que realmente tenemos, la única que debemos defender contra viento y marea, defender con uñas dientes, defender a toda costa, es la de elegir nuestros propios carceleros.

Día de Muertos

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Porque no todos creemos lo mismo.
Porque no todos tenemos religión.
Porque no todos tenemos un dios.
Pero todos tenemos muertos.
Algún muerto.

Muertos propios por derecho de sangre.
Muertos ajenos, adoptados como propios.
Muertos con paz, o sin paz, muertos a destiempo.
Pero todos tenemos muertos.
Algún muerto, al menos, para recordar.

Muertos queridos, respetados, admirados.
Y también de los otros, pero siempre propios.
Muertos que duelen y muertos que sanan.
Muertos que nos definen, para bien o para mal.

Muertos que son nuestra historia chiquita.
Pero también nuestra historia con mayúsculas.
Muertos que son la base de nuestra identidad.
Muertos que enseñan, advierten o consuelan.
Muertos que, a veces, también reclaman una mirada.

Por eso, entre otras cosas, importa la memoria.
Por eso importa el ejercicio sano de la memoria.
Y la reconciliación con el misterio que supone la muerte.
Todavía lo único ineludible, lo que a todos nos toca.

Excuse moi.

Todos tenemos cosas que nos gustan más que otras. Es obvio, más que obvio. Es natural. Y si tenemos cosas que nos gustan más, necesariamente tenemos cosas que nos gustan menos. Y que existan cosas a las que les tenemos una justificada aversión, es comprensible.

Pero hay cosas a las que se les tiene un rechazo profundo no justificado, inexplicable. Cosas para las que no basta un «no me gusta», ni un «me desagrada profundamente». Cosas a las que no tenemos tiempo ni de juzgar antes de rechazarlas con las vísceras revueltas. Cosas que nos espantan sin que medien las subjetividades de lo ético ni de lo estético.

Sentimiento fóbico, completamente irracional, que nos avergüenza. Que nos humilla. Que nos atormenta. Que deberíamos combatir con todas nuestras fuerzas.Sentimiento que nos hace ser o parecer quienes no somos, quienes no queremos ser. Sentimiento que nos altera, nos paraliza, nos desnaturaliza y nos anula.

Ese sentimiento es el que me provocan las uñas postizas. Lo siento. No puedo evitarlo. Uñas falsas, largas, afiladas, pintadas, decoradas, pegadas sobre otras uñas que si son de verdad. Sepan disculparme quienes las luzcan, si de repente ven que empiezo a temblar. Sepan disculparme si no puedo hablarles, ni prestarle atención a lo que me digan.

Y si de alguna manera intuyen que me estoy aguantando la risa, sepan perdonarme también.

De imágenes, palabras escritas y justificaciones

Una imagen es una imagen. Uno la ve, y ya no puede pretender que no la ha visto. O mejor dicho: sí puede pretender que no la ha visto, pero es un engaño para los demás y uno sigue sabiendo la verdad. Quieras o no, el mensaje en forma de imagen se te metió en el cerebro entre dos parpadeos. Y no te diste ni cuenta de como pasó.

Tal vez uno aprende con los años a ser más analítico en la mirada. Pero ver es como escuchar, como oler, como degustar o sentir en la piel. Con esa capacidad y habilidad nacemos, aunque algunos ( y digo nomas algunos) después desarrollen, cultiven y refinen un poquito más sus sentidos. Pero, en principio, lo único que podemos hacer para no ver lo que esta frente a nosotros, es cerrar los ojos. Y en general siempre es un segundo más tarde de lo que hubiéramos deseado.

Una imagen (sea cual sea), siempre nos llega de la forma menos amable. Alguien la diseño, la dibujó, la pintó, la fotografió, la esculpió, la editó y la liberó en su completa grandeza en un mundo lleno de ojos que ven. Sencilla o compleja, pasará solo formalmente por el cerebro para dar su golpe certero, en una milésima de segundo, allí donde habitan nuestras emociones. Absolutamente figurativo o de lo más abstracto, no importa, el mensaje nunca es del todo claro, y ni siquiera es muy conciso: deja al espectador libre de interpretar, desde sus vísceras primero y desde su mente después, lo que se le venga en gana, aunque no tengas ganas de nada.

Por eso yo prefiero escribir. Aunque las palabras se vean, no se pueden leer todas juntas de una sola mirada, salvo que sean realmente muy pocas. Así, el que empieza a leer puede irse dando cuenta, lentamente, si quiere seguir leyendo o no. Incluso puede decidirse a abandonar la lectura a media palabra. Ahí, escrito, hay un mensaje, una historia, algo que el que escribió quiso transmitir, sin obligar al receptor a recibir. No sé si me explico. Y las palabras quieren decir lo que quieren decir. Algunas tendrán dos o tres significados, pero el sentido de las frases en general será mas bien claro. Bastante claro, al menos.  Primero pasará por tu mente, y luego, ya más o menos digerido, te invadirá el alma. O no.

Por eso yo prefiero escribir. Otros preferirán expresarse de otra forma y todas las formas son válidas, sin duda. Pero esta, hoy, es la mía.

.

Mitad y mitad

No, no tengo doble personalidad.
Lo que tengo es una migraña sideral.

Un dolor que me parte el alma y la cabeza por la mitad.
Justo por la mitad, por mi meridiano cero, mi Greenwich personal.
Un dolor que me corta como quien corta una manzana por la mitad.

Y una mitad duele con todos los dolores.
Media nuca, un ojo, medio cráneo y medio paladar también
Y medio cerebro palpitando, que pugna por escaparse o estallar.
Una mitad exacta de mi ser cree que el último de los días es este día.

Y la otra mitad que se siente de maravillas.
Sin siquiera un mínimo escozor, ni la más leve de las contracturas.
La otra mitad ni se entera, ni cree siquiera en la existencia del dolor.
La otra mitad se siente eufórica de tanta «bienitud», como drogada.

Y yo, que no soy dos, que soy solo una, como cualquiera.
Con conciencia plena y simultanea del infierno y el paraíso intracraneal.
No sé si reír o llorar,  y me aguanto la risa y me aguanto el llanto.

Y me retiro a un lugar oscuro, fresco y silencioso.
Busco casi a ciegas un analgésico o algo que al menos se le parezca.
Quiero, obviamente, que el dolor ceda, se diluya, desaparezca.
Pero también que afloje la dicotomía sensorial.

Porque puede ser interesante de alguna forma, pero agota.

Migrañas mías.

Imaginen.

Imaginen que la luz, en vez de ser una radiación electromagnética, fuera sólida.

Como millones de agujas microscópicas.

Filosas pero frágiles. Muy filosas, muy frágiles.

Muy calientes.

Y con una inercia infernal.

Que no pudieran atravesar nuestros huesos.

Pero si nuestros ojos.

Y que a través de nuestros ojos llegaran a nuestro cerebro.

Y que allí, atrapadas rebotaran una y otra vez,

Estrellándose una y otra vez contra los huesos de nuestro cráneos.

Partiéndose en mil pedazos cada vez, sin poder detenerse.

Intentando salir por la nuca, por las cienes, por la coronilla.

Y rebotando y multiplicándose cada vez.

Haciendo de nuestro cerebro una masa desecha, palpitante.

Pinchada, cortada, desgarrada.

Una masa inflamada a punto de desbordar por donde sea.

Imaginen algo similar respecto al sonido.

Asi, mas o menos, es como duelen ciertos dolores de cabeza.

Solo la oscuridad absoluta, el silencio absoluto, una paz absoluta pueden calmarla.

Y una toalla bien mojada y fría sobre los ojos y la frente.

Y un par de drogas benditas, por supuesto.

Pirricidades.

Todas las victorias son pírricas.

Si tuviste una guerra.

Si ganaste una batalla.

Si venciste a un enemigo.

Si venciste, aunque sea fácilmente.

Si ganaste, aunque sea sin esfuerzo.

Si triunfaste, aunque sea sin un muerto.

Igual, ya perdiste mucho.

distancias

Si uno mira a la distancia, los detalles se pierden. Allá a lo lejos se confunde todo en una sola bruma. Basta con encontrar un lugar donde mirar lejos para saberlo.

Pero si uno recuerda a la distancia, maravillosamente, los detalles se vuelven mas nítidos. Mas nítidos que lo que nunca fueron. Palabras, imágenes, olores, sonidos, sensaciones o emociones. Lo que sea. A la distancia se reviven mas vividos que cuando se vivieron, créanme la redundancia.

Y si, hay distancias y distancias. Para la distancia física y la distancia temporal, está teoría vale indefectiblemente. Y si estas distancias se suman, van juntas, los efectos se potencian. Basta con encontrar un lugar y un momento de calma, y cerrar los ojos, para saberlo.

P. D.: para la distancia emocional, esta teoría no verifica. Ahí siempre gana el olvido.

Ojos Rojos

Ojos vidriosos, como de quien va a llorar.

O como de quien ha estado llorando mucho.

Multitud de ojos llorosos que no lloran.

Ojos rojos, secos, chiquitos y achicados.

Como de quien a fumado quien sabe qué.

Es la sequía.

También es culpa del “smoke and fog”

Pero smog siempre hay en esta ciudad.

Ciudad de decenas de millones, literalmente.

Pero los ojos rojos están más rojos hoy.

Más rojos que nunca.

Y las miradas, mas perdidas.

Por eso digo que es la sequía.

Por mas celeste que se vea el cielo.

Porque no hay lluvia que lave nada.

Ni el polvo ni esas partículas raras.

Nada.

Es la sequía.

Sequía de invierno.

Sequía que será peor en primavera.

Sequía que seca las plantas y las gentes.

Y lo ojos de las gentes que se irritan.

Y las gentes que se irritan.

Y los ojos que se ponen rojos, como los mocos.

De bitácoras y afines

Me decía un viajador que conocí

que es importante llevar una bitácora de viaje,

un cuaderno de memorias, un registro cotidiano.

Porque tarde o temprano llegará el día, decía él,

en que le preguntemos al destino, a la vida (o a dios)

esa trillada pregunta retórica de la que nadie escapa.

Y en mudo silencio o gritando a viva voz

querremos saber que hacemos hoy aquí

y como es que llegamos a donde estamos.

Entonces, decía el viajador,

 cada palabra de nuestro puño y letra será una respuesta.

Y habremos perdido ciertos placeres que acarrea la ignorancia,

pero habremos ganado mucho más.

Escribir es más fácil que pensar

Escribir es más fácil que pensar. Parece ridícula la sentencia. Por supuesto, el pensamiento es innato, irrenunciable. Imprescindible.

Pero yo me refiero al pensar de quien se sienta a pensar como tarea en sí misma.

El pensamiento es demasiado independiente, difícil de conducir, al menos para mí. Divago con asombrosa facilidad. Salto de una idea otra como en un maldito carnaval mental. Voy vislumbrando un camino, una cadena de razonamientos prometedoramente coherente y….¡caballo verde! Me invade una esquizofrénica tropilla de imágenes surgidas al azar, recuerdos que nadie evocó, remiendos que quedan por hacer y cosas que definitivamente había decidido olvidar.

Dirían los especialistas que es falta de concentración. No soy una persona tan distraída. Mas bien creo que es una cuestión de velocidades. ¿Cómo elegir pensar con más cuidado?

Por eso tampoco debería hablar demasiado. Es tan mínima la fracción de segundo entre la idea y el sonido de la voz… Y es algo tan irreversible, que jamás podría poner las manos en el fuego por las palabras pronunciadas por mi propia boca.

Escribir es otra cosa. Básicamente es lo mismo, pero lentificado. Lo pienso, lo escribo, lo leo, lo corrijo, lo leo, lo pienso. Lo dejo para después. Me voy y vuelvo a una idea determinada sin temor de haberla olvidado. Así da gusto. Escribir es pensar con calma.

Incluso cuando lo que escribo otro lo lee en forma casi instantánea (¡maravilla del mundo moderno!), decía, incluso cuando eso ocurre, no puedo renegar de cada tecla presionada con intención y alevosía, ni recurrir al tan típico “¡se me escapó!”, “¡yo no quise decir eso!” y demás frases a las que apelamos cuando queremos justificarnos al haber pensado en voz alta.

A veces, es cierto, me faltan palabras, recursos idiomáticos y/o conocimientos gramaticales, para poder expresarme correctamente.

Muchas veces, también debo admitirlo, no tengo gran cosa para decir y cuando me percato de esto, solo me resta apresurar el punto final.

El gato amarillo

Ahora ya no hay perros en la casa.
Desde hace poco más de un año y después de más de dos décadas.
Por eso, los flacos gatos del barrio se aventuran al jardín.
Uno da tanta pena que lo han medio adoptado.
Quién sabe bien porqué.
Este gato, es un gato amarillo, gato flaco, casi gatito.
Pasa las horas bajo el helecho.
Acepta presuroso la comida y el agua.
Pero no acepta la cercanía.
Si me acerco a siete metros se pone alerta.
Si me acerco un metro más, retrocede.
Se trepa a la pila de ladrillos que hay en el fondo.
Un paso más y se sube al tapial.
Desde ahí me mira ahora que lo miro.
Y me mantiene la mirada.
Yo no sé que pasa por su cabeza de gato amarillo.
Yo no sé que pensará el gato flaco en este momento.
Pero si sé a que conclusión he llegado yo:
Si uno tiene mucho, pero mucho tiempo para viajar,
al final siempre se estará volviendo.
No importa cual sea el lugar.

.

Un año despues…

Desde que escribí aquí la ultima vez, ha pasado un año.
Casi un año, más o menos un año, según dice la bitácora.
Para mi ha pasado un siglo. Han pasado demasiadas cosas.
Y si no demasiadas, al menos muchas.
Tal vez sí demasiadas como para sentarme a escribir.

El camino de las ideas de siempre, ahora quedo muy lejos.
Tengo que encontrar uno nuevo. Tengo que inventarme uno nuevo.
Pero lleva tiempo. Sé como hacerlo, pero lleva tiempo.
Ya una vez lo reinventé,  encontré el como y el cuando.
Lo reinventé en una ruta distinta, porque era un tiempo distinto.

Y éste es un tiempo distinto también. Y un país distinto.
A ver que sale…

El camino de las ideas

Desde que recuerdo, de muy pequeña, siempre fue así:
de sur a norte y no viceversa.
Tampoco de oeste a este ni al contrario.
Siempre de sur a norte.
Cuando volvía a casa caminando desde el centro.
Generalmente por Corrientes o San Juan.
De vez en cuando por Salta o San Martín.
Pero siempre en ese sentido y en esa dirección.
Las ideas fluían torrentosas, profundas, incontrolables.
Y yo me salía de mí, volaba, veía mas allá de lo evidente.
Y era un extraño placer la ebullición, incluso si había pena.
Pero al llegar al final de la calle, a la última esquina,
inevitablemente tenía que cambiar mi rumbo y doblar
(a la derecha si venía por Corrientes,
a la izquierda si venía por San Juan)
y las ideas se diluían, se apagaban en un instante.
Y las perdía hasta el día siguiente,
en que me tocara volver a caminar
el camino de las ideas importantes.
Ayer me volvió a pasar,
reencontré una idea de hace veinte años atrás.
Vi que se acercaba la esquina fatal,
y centré toda mi voluntad en retener la esencia
por cincuenta metros más. Y funcionó.

De balances y proyecciones

Cuando un año termina, y el siguiente comienza, suelen faltar doce días para mi cumpleaños. De esos doce días, suelo tomarme diez para hacer mi balance del año que paso, y tratar de visualizar las alternativas del futuro mas inmediato. Y un poco también más allá de la simple inmediatez.

Y si bien es algo que intento  hacer casi cotidianamente, en estos días (en general de agobiante calor y pocas obligaciones) me tomo el tiempo de hacerlo a conciencia. Me tomo el tiempo como para reconocer las trampas que yo misma me tiendo a la hora de evaluar, y me tomo el tiempo de decidir cuales de esas triquiñuelas serán válidas para este año. Si le doy más peso a las cosas buenas que a las malas me lo perdono. Si elijo mirar el medio vaso lleno, simplemente cuido de no olvidarme que es una elección, nada más.

El año que pasó fue lo que fue: difícil pero bueno. El año que empieza llega lleno de incertidumbres y desafíos. Será lo que será. Lo que no va a faltar es buena voluntad.

Plenitud

Hace un tiempo, hablando de deseos presentes y futuros, alguien muy querido me comentaba de sus ansias de plenitud. Yo no sabía bien de que me hablaban. Sabia que significaba la palabra, pero no estaba en mi vocabulario cotidiano, no manejaba el concepto. Y definitivamente, no la ansiaba.

Llegadas fechas como éstas, podía desearle a mis amigos y familiares varias cosas: felicidad, tranquilidad, claridad. Pero no plenitud. La omisión no era un gesto de mala fe. Simplemente no se me ocurría.

Pero una chispa se encendió ese día, con esa conversación.

La plenitud parece ser una sensación, un estado, un objetivo digno de tener en cuenta. Y algo bueno, muy bueno, de reconocer en la vida de la gente que más quiero.

Y así es, justamente, como me gusta imaginar este año que comienza:

¡Que el dos mil diez sea un año pleno, lleno de energía y satisfacciones!

¡Que el dos mil diez sea un buen año, en todo sentido!

REG

Sueños Recurrentes

Desde mis épocas de estudiante,
puebla mis noches, de tanto en tanto,
un sueño recurrente y alocado;
un mundo de flechas de colores,
donde mandan las nociones más básicas
que estudiábamos cuando estudiábamos Estática.

Acciones, reacciones y resultantes.
Y un equilibrio que busca perpetuarse.
Un mundo, un universo, más que eso;
un millón de vínculos y relaciones,
transmutadas en flechas de colores.

Un sueño recurrente, que no espanta ni seduce.
No esclarece ni confunde.
Y vuelve siempre en tiempos como este.

De fundamentos y explicaciones

Principios de la Dinámica de Newton:

I. Todo cuerpo material persiste en su estado de reposo o movimiento uniforme (no acelerado) en línea recta, si y solo sí no actúa sobre él una fuerza resultante (no equilibrada)

 

II. La fuerza exterior resultante (no equilibrada) que actúa sobre un cuerpo material, es directamente proporcional a, y de igual dirección que, su aceleración. Fres = m·a (*)

 

III. Siempre que dos cuerpos A y B interaccionan de tal modo que el cuerpo A experimenta una fuerza (por contacto, por interacción gravitatoria, magnética o cualquier otra) el cuerpo B experimenta simultáneamente una fuerza de igual magnitud y dirección, pero de sentido contrario.

 

(*) El enunciado de Newton se corresponde mejor con la expresión Fres = d(m·v)/dt. Teniendo en cuenta que la masa es una cantidad constante, Leonard Euler introdujo en el año 1752 la versión más usual de la ley:  Fres = m·a

(Simple, pero sin embargo, hasta en esto hay objeciones. La vida no es tan sencilla)

 

 

 

Horfandades

Las llaves huérfanas,
sin cerradura madre ni nombre conocido,
se multiplican en los rincones.

Solas o agrupadas en anónimos manojos,
sin voz para denunciar su destino,
sin poder ser más que lo son:
inútiles llaves, aún sanas y fuertes,
patinadas por el tiempo y el olvido.

Esas llaves perdidas y reencontradas
siempre tarde, siempre demasiado tarde,
ya sin nada que abrir ni nada que cerrar.

Templadas y fieles guardianas de la nada.
Difíciles de destruir y difíciles de desechar.
Lo han perdido todo, salvo la entereza. 

De metodologias y cosas así

¿Saber o no saber?

A veces es cuestión de tomarse el tiempo
y ponerse seriamente a investigar,
a estudiar, a observar atentamente y deducir.

Pero otras veces no.
Otras veces es cuestión de hacerse de valor,
respirar hondo y animarse a preguntar.

De preguntarle a la persona indicada.
Pero primero hay que sincerarse de una vez.
¿Preferimos saber o no saber?

(y hay que hacerlo a conciencia,
porque después no se puede olvidar a voluntad)

Feelings

yesteday I found some reasons
(too many reasons maybe)
for feeling, again,
that I am the ekeko of myself.
( or something like that )

J’habite…

En la casa donde viven mis padres, en el departamento donde vivían mis abuelos, en el estudio que recién inauguramos y, de alguna manera, en el cafetería de la esquina.

En la habitación número cinco de las tres habitaciones de la intendencia de ninguna ciudad, en casi todas sus oficinas y también en el bar del lugar.

En la estación terminal, y en la otra, que es un poco más chica, y en aquella otra, que casi no existe. En todos esos lugares, y a veces también en otros. Y en los recorridos entre todos esos lugares. 

En las memorias de lo que fue. En los sueños de lo que podría ser. Y en casi todas las opciones intermedias.

Y también aquí. Y también en mí. Y también en vos.

Regresos

Yo no sé por qué, desde hace un buen tiempo, cada vez que viajo siento que estoy regresando. Incluso allí donde nunca antes estuve. Es una linda sensación. Regresar siempre es una linda sensación.

Cursilerías metafísicas y otras convicciones empalagosas

Como en las películas, hay instantes especiales en la vida en los que el tiempo se detiene, el entorno se desvanece y todo se inunda de una luz brillante.

Instantes después de los cuales el universo ya no es el mismo, aunque lo parezca.

Instantes que dejan grabada la sonrisa primigenia en el alma, como una marca de hierro candente. Una dulce cicatriz que a veces duele, pero no sangra. Un amuleto contra el olvido y la tristeza.

Instantes tan llenos de magia y plenitud que hacen que toda la vida vivida y por vivir, tenga un nuevo sentido.

No son instantes que se den tan a menudo, no con esa intensidad. Pero una sola vez basta para darse cuenta, para aprender a reconocerlos apenas inician. Al menos, así me paso a mi.

De viajes, montañas, sabios y preferencias

Otra vez el mismo viaje imaginario.

Un camino que sube a una montaña, en cuya cima hay una cueva donde hay un viejo sabio al que le preguntaremos algo. Algo cuya respuesta posiblemente ya sabemos. O del cual recibiremos algo, un regalo cuyo significado habrá que interpretar en el camino de regreso.Una vez, dos, cinco. Trescientas veces el mismo periplo.

Yo preferiría que el sabio fuese el vecino de la puerta junto a mi puerta. O la tía de una amiga. O el hijo del lechero. Yo preferiría que el sabio fuese esa mujer con quien me cruzo cada mañana cuando salgo a la calle. O un amigo de la infancia. Un sabio de la llanura, un sabio menos imaginario, de los que confrontan cada pregunta y cada respuesta a la constante refutación de la vida cotidiana.

Y preferiría también que este eventual viaje imaginado de tan profundo aprendizaje fuese cosa de todos los días. Supongo que es cuestión de estar mas atentos. Un poco mas atentos.

Trazos

Otra vez julio, y después, otra vez agosto. Siempre así. La vida parece una colección de ciclos sobre ciclos sobre ciclos. Y no lo es.

Cuando viajo, voy siempre al mismo lugar y siempre vuelvo al mismo lugar. Pero los lugares no son los mismos, no son exactamente los mismos.

Hay quien diría que yo no soy la misma tampoco; que para atrás en la vida no se vuelve, que la cosa es más bien lineal.

Pero no una línea recta, aunque a veces lo parezca. Siempre hay oscilaciones, mínimas o no tan mínimas.

Oscilaciones y giros en espiral; firuletes impredecibles, trazos seguros y firmes, o temblorosos y tímidos, dibujados con tinta indeleble en el multidimensional lienzo existencial.

Líneas que se cruzan, vidas que se cruzan, se acercan, se acompañan, se alejan o no se encuentran jamás. Líneas que nos transforman en artistas involuntarios de esta obra, tan colectiva, tan infinita, tan de nunca acabar….

Izena duen guzia omen da

Un tipo que conocí decía (citando a otro que no sé quien es o quien haya sido), que las cosas , si tienen nombre, existen. Debe haberlo realmente creído, porque lo repitió varias veces en una noche. Yo pienso que de alguna manera, el tipo este, tiene razón.

Sin embargo… ponerle nombre a las cosas y así darles existencia, es bastante simple y cotidiano. Lo difícil, me parece, es sacarle el nombre a algo, para que ya no exista.

Se lo planteé algún tiempo después, vía mail, pero nunca me contestó. No creo que haya dejado de existir, su nombre aun lo recuerdo.

Why and why not

Ni preguntar por qué, ni preguntarse por que no.
Hay situaciones en que las respuestas son tan ambiguas,
que nos convencemos que es mejor ir viviendo
sin preguntar tanto, tanto todo el tiempo.

Pero la propia naturaleza nos acosa
con signos de interrogación a cada paso.
Y la ilusión de una vida sin respuestas,
sin excusas, sin causas ni consecuencias
se diluye sin más, con la salida del sol.

Horror vacui

Tal vez lo haya leído en el Benévolo, o en el Frampton, no recuerdo bien, fue hace mucho tiempo atrás. Hablaban, claro, de arquitectura barroca, especialmente del Rococó y del Churrigueresco. De esa casi obsesión por no dejar ni el más mínimo espacio sin decorar. Del Barroco, sí; pero también de otras tantas culturas, en otros tantos tiempos y lugares.
 
 
«Horror vacui», literalmente, significa miedo o terror al vacío. Recuerdo que en algún viaje tuve la oportunidad de recorrer obras emblemáticas con esta fuerte tendencia. Y recuerdo también la sensación de sofocamiento y espantada admiración que me provocaba a cada paso.
 
 
Pero no fue una obra de arquitectura la que trajo a mi mente esa expresión esta vez. Fue algo mucho más mundano, más cotidiano, menos soberbio y para nada magnánimo: el intentar encontrar un momento libre de mi agenda que coincidiera con otras agendas, mucho más densas que la mía; e intentar también hablar con amigos sobre futuros aún no acaecidos, pero no por eso menos saturados de terror.
 
 
Terror al vacío y a otras cosas que se asemejan al vacío sin serlo. Terror al silencio, terror a la soledad, terror al aburrimiento. Terror a no tener, a no saber, a no ser y a no sentir mas que terror.
 
 
Y esta época nuestra, que ya hace tiempo dejó de ser postmoderna, se me hizo de pronto tan barroca, tan llena de cosas, tan saturada. Tan adversa a la paz en cuyo nombre todo se justifica. Y sin embargo, tan nuestra, tan fascinantemente nuestra.
 
 
(Para mí el silencio es como el aire, así de indispensable, tan indispensable como las mismísimas palabras. Y casi nada me mantiene tan viva como la incertidumbre, salvo algunas pocas certezas, simples, subjetivas y vitales)
 
 

Why or why not?

La pregunta era en principio ¿por qué?
Las respuestas eran, sin duda, demasiadas.
Eran muy difusas y para nada concluyentes.
Fue mucho mejor preguntarme ¿por qué no?
Entonces sí, todo fue mucho más simple.

Sensaciones…

Una noche de viernes, en una sala de la ciudad, una muchacha toca la guitarra.
Una sala ni grande ni pequeña. Una muchacha amiga de una amiga de una amiga.
A los presentes, esa mujer y esa guitarra nos quitan las palabras y el aliento. No exagero. Yo apenas si respiro, suavecito, lo mínimo, lo indispensable. También la gente a mi alrededor. Los observo. Casi se podría decir que respiramos al unísono, por pura obligación vital.

En un dejo de sana envidia y reflexiva admiración, me pregunto si podría yo alguna vez crear algo, ofrecer algo, tan así, de un virtuosismo tal.

Un amigo me recomendaría relajarme, sentir y disfrutar. No puedo. Lo disfruto, pero no puedo evitar buscar las palabras para describirlo, las palabras que me ayuden luego a no olvidar el momento. Las sensaciones del momento. Aún sabiendo que serán siempre insuficientes, parciales,  subjetivas. No importa.

Por un instante, está todo ahí.

La pasión de la mujer por lo que hace y el respeto por las melodías que interpreta. Toda la simplicidad y la complejidad en la sincronía con que sus manos hacen temblar las cuerdas… y que logra esa otra sincronía, entre ella, su instrumento, la música, su público, la sala y el tiempo ese, en que nos roba por unos minutos el alma.

Con la naturalidad de quien habla su lengua materna, sus dedos se mueven expertos en el arte de amarlo todo.  Parece que nunca nada que no fuera bello pudiese salir de esas manos. Sé que posiblemente no sea así, pero lo parece.

Entereza, seguridad, sensibilidad, delicadeza y fuerza. Humildad, entrega y orgullo. Perfección y libertad. Transparencia y misterio. Todo parece emanar de cada gesto y de cada nota. Otra vez observo a quienes me rodean. A cada quien le afecta a su manera. Esa es la magia. El poder de sensibilizar, cautivar, inspirar y dejarnos ir …

¿Podré alguna vez acaso lograr algo así? Lo dudo, es cosa de artistas dedicados. Yo no soy artista ni tengo esa constancia. Tampoco la habilidad innata de los virtuosos de nacimiento. ¿Podré alguna vez? No lo sé. Solo una vez sentí en mí algo similar. Un destello fugaz. Y en una situación muy distinta, también de ensueño, muy real, hace ya un tiempo atrás.

El viaje de las palabras

Hay veces en que no se puede viajar.
Son rutas difíciles, demasiado llenas de distancias,
en días en que los días son demasiado cortos
y la vida exige ser vivida dentro de lo planeado.

Esas veces, viajan solo mis palabras.
El objetivo se cumple solo a medias. Y ni siquiera.
No hay estación terminal ni de ningún tipo,
aunque el correo central de cierta forma se le parezca.

A veces, la tecnología brinda este tren expreso,
tan llenos de ceros, de unos  y de misterios.
Mis palabras viajan con mas facilidad que mi persona.
Son parte de mí, pero no más que eso.

Ojalá viajaran así también los abrazos, las caricias y los besos.

Hay veces que sí…

Hay veces que los cuerpos se desvisten
y se desnuda el alma.

Las caricias son palabras que se entienden,
los besos son caricias que iluminan,
las miradas son besos que besan en alma.

Y las palabras dichas,
una necesidad impostergable,
Y los silencios sacrificados,
una ofrenda de confianza.

Pero hay veces que no.
Veces en que las cosas son lo que son.
Y es suficiente. Más que suficiente.
(Hasta que un día ya no lo es)

 

¡Gracias!

A veces se pierde la costumbre de explicitarlo.

A veces no es más que un formalismo.

Pero hay gestos que no se pueden dejar de agradecer.

Veces en que decir simplemente muchas gracias parece insuficiente.

Gestos mínimos o grandes gestos, sutiles, vitales. No importa cuales.

Gracias, amigos, por el abrigo.

Gracias, amigos, por las sonrisas.

El temblor

Algo como la furia, que no es la furia,
temblando al filo de los colmillos.

¿Dónde duerme la ira que brilla por su ausencia?
¿Dónde se esconde la sed de venganza?
¿Dónde está la tempestad redentora?
¿Y dónde está todo lo demás?
¿Es que acaso es tan grande el abismo?
¿Es que no era, acaso, solamente un paso?

Solo queda el sutil temblor del alma
cuando el temblor de los colmillos se apaga.

Cavilaciones

Que lo hecho, hecho está. no caben dudas al respecto.
Y que si resultó como se esperaba, mucho mejor.
Y que si las cosas fueron como fueron;
y las previsiones preliminares, suficientemente analizadas;
y los riesgos posibles, debidamente sopesados;
y las precauciones necesarias, seriamente tomadas;
y las elecciones tomadas, sabiamente dispuestas;
y las acciones correspondientes, firmemente ejecutadas;
y los imprevistos ineludibles,  consecuentemente resueltos;
y las consecuencias previstas, dignamente asumidas;
entonces, bien se podría estar medianamente conforme.
Y sin embargo vuelven entre sueños ciertas cavilaciones,
incertidumbres e hipótesis proscriptas sobre un pasado que no fue.
Que lo hecho, hecho está, no caben dudas al respecto.
Pero de ahí en más, cualquier aseveración es cuestionable.