A veces (muy de vez en cuando) me pasa:
siento como si mi mente fuera una sopa.
Una mala sopa de fideos que lleva tres días en la olla.
Una sopa con escasos, insulsos y escurridizos fideos.
Entonces llega una mosca y se posa en la sopa.
Una mosca indeseable, insoportable y misteriosa.
Una mosca como cualquier otra mosca.
Pura complejidad, impredecible y ajena.
Y con su beso espantoso me devuelve a lo que era.