Todos los cielos, el cielo.

amanecer de agosto de 2009 – Paraná, ER, Arg

Que el sol brilla para todos, dicen que dicen los que saben. Puede ser que sea verdad, pero no es del todo cierto. No brilla para todos igual, ni para todos al mismo tiempo.

Que todos los cielos son el mismo cielo, de eso hoy no hay duda. La ciencia lo sabe, la ciencia lo explica y la mente lo entiende. Y sin embargo ¡parecen tantos! Y todos se ven tan diferentes…

En cada lugar del mundo, en cada instante, en cada mirada. Los cielos que nos cubren y nos envuelven son siempre otros cielos.

El de la ciudad, el del pueblo y el del campo son cielos distintos. El cielo del mediodía y el de la primera mañana no son los mismos. El de una tormenta y otra tormenta no se parecen, nunca, en nada.

El cielo de quien ama al sol y el de quien lo aborrece, no se parecen. Son cielos muy distintos, aunque los que miren compartan la cama. El color del cielo lo pinta, en definitiva, el humor con el cual se levantó cada quién, no importa que dictaminen las estrictas leyes de la física.

El cielo de la noche profunda no es igual con luna que sin ella. Ni es lo mismo luna llena que menguante, aunque sea la misma luna. Cualquiera sabe que no son iguales las noches si no se ven las mismas estrellas.

Los cielos que recordamos son siempre mejores que los cielos que fueron. Los cielos que se ansían son casi siempre más brillantes y nítidos que los cielos que tenemos. No es el mismo cielo el que nos aplasta que el que nos eleva, el que está al alcance de la mano o el que se escapa al infinito.

El cielo es uno solo, pero los fragmentos de cielos son miles y no se repiten. Conmueve tanto el azul profundo como el gris plomizo si el alma está dispuesta. Maravilla tanto el ocaso que incendia los cielos, como la timidez de un sol tras la niebla.

Y angustian siempre los cielos opacados de humo, incluso cuando a fuerza de costumbre nos obligamos a no verlos. Angustian los cielos negados, los cielos que se renuncian, los cielos indiferenciados. Angustian los cielos que son ignorados como un mal telón de fondo, sean del color que sean…

De emociones lunáticas y estelares

La luna siempre inspira.
Emociona.
Ya sea que se vea enorme en el horizonte
o pequeña en el zenit.
Siempre emociona.
Llena, menguante o creciente.
Siempre nos llega.
Si brilla con todo su esplendor
o si apenas se asoma entre las nubes.
Siempre emociona.
De noche, de día, en cualquier momento.
Blanca, amarilla, naranja o roja.
Siempre es la luna.

Las estrellas, cuando son miles en el cielo,
también emocionan.
Pero a mí, en estos últimos tiempos,
ver solo una estrella,
una sola y única estrella,
una noche cualquiera,
me emociona mucho más.

(no todos los cielos son el mismo cielo, aunque sí lo sean)

Lo que mata

Lo que mata no es la humedad.

La humedad cansa, agota, deprime tal vez, pero no mata.

La humedad  hace crecer el musgo. Y el moho.

La humedad enferma, quizás, un poco. Pero no mata.

Casi nunca mata.

La humedad recrudece viejos dolores de huesos y cicatrices.

La humedad humedece.

La humedad, si persiste, moja. O empapa.

Pero lo que mata, lo que de verdad mata, es la ansiedad.

Deseos Meteorológicos

¡Que sí!

¡Que no!

¡Que caiga un chaparrón!

No, mejor no.

Que no caiga nada.

Ni una sola gota.

O si, que se suelte la lluvia.

De una vez.

De una buena vez.

Pero que se decida este clima loco.

¡Ya mismo!

Agua

Hacia tiempo que no llovía y en su tierra hacia falta la lluvia.
La sequía, callada, prolongada y violenta en su pasividad,
amenazaba con acabar de una vez y sin embargo, persistía.

Y ellos se sentían capaces de hacer llover.
Improvisaron una danza de la lluvia.
Nada extraño, nada complicado, sin sofisticasiones.
Solo deseo, voluntad, sudor y una fe casi de fantasía.

Danzaron y se desató la tormenta.  Y llovió.
Ellos sonrieron reconociendo la increíble coincidencia.
Ellos sonrieron y descansaron sin dejar de sonreír,
queriendo creer, desde lo mas profundo, que hubo algo más.

 ( Y tal vez lo hubo, tal vez lo hay; aún no deja de llover )

Calor / otra espera.

36 grados. En medio de la nada. El río no bajó aún lo suficiente. No hay viento. No hay electricidad. Casi no hay agua. Y casi no hay aire para respirar. No hay sombra ni sol. Ni hay forma de irse de acá. Los animales jadean. Los humanos esperamos en silencio que llueva pronto. Que llueva ya. Y yo gasto lo que queda de batería en mi celular escribiendo esto. Hay que distraerse de alguna manera. Ya va a cambiar la cosa. En cualquier momento. O al menos, llagará la noche.

La humedad

Dicen que lo que mata, es la humedad.
Pero hay humedades y humedades.
La humedad del beso que más se ansía.
La humedad del sexo compartido.
La humedad del sudor del cuerpo amando.
Esas humedades no matan ni hieren.
Humedades que son emoción destilada.
Sentimiento líquido que aflora y se mezcla.
O al menos lo intenta.

Día de lluvia

El autobús avanza sobre la ruta inundada. Va levantando agua a cada lado. Parece como si fuéramos surcando un río muy rectilíneo, como si fuéramos apenas rozando la superficie, como flotando. Las orillas de este río, monte nativo y sembradíos, se ven también anegados. Bajos que por un tiempo son lagunas. Y una geografía que, sin ser delta, lo parece.

Amaina la lluvia y regresa la bruma. El horizonte se va desdibujando. El horizonte se va acercando y finalmente desaparece. Más allá de este vidrio que separa el aquí del resto de todo, no se ve más que grisura.

La ruta que hasta hace unos minutos se suponía un río, ahora se parece mas a un mar. El sonido del motor y del agua. Y nada que se distinga en ninguna dirección. Ninguna evidencia de que en algún punto termine el cielo y comience la tierra o viceversa. El universo, en este instante, es este coche que surca la niebla y este puñado de desconocidos que miran por las ventanas esta representación efímera del infinito.

Ya pronto llegaremos a destino, aunque no sea más que un destino intermedio para mi.  Será agradable mirar llover a través de la ventana de un café, hasta que vuelva a ser la hora de embarcar.

Una noche

Hasta las dos de la mañana, el cielo se mantenía límpido.
Muchísimas estrellas, toda la Vía Láctea en su esplendor.
Como suele suceder aquí en el sur cuando no hay ciudades cerca.

Ninguna nube.
El aire más transparente que pueda alguien imaginar;
y la luna tan ausente, como si no hubiera existido jamás;
y una brisa suave y cálida;
y miles de relámpagos, durante horas,
que iluminaban el horizonte sobre el río.

Un espectáculo digno de verse.
Más que eso, un espectáculo digno de vivirse.
Finalmente el viento comenzó a embravecerse.
Se cubrió el cielo de nubes rojas.
Cayó un único rayo.
Y se desató la tormenta perfecta.

Minutos después ya estaba yo bajo techo,
disfrutando el olor de la primera lluvia.
Dispuesta finalmente a dormir un rato.

(la jornada había sin dudas terminado)

Cuestión de piel

dias de frio
HACÍA MUCHO FRIO. ESE FRIO QUE HIERE LA PIEL.
POCAS VECES ME SENTI TAN VIVA.

Tibieza

 Días de tibieza, hasta Harry los prefiere de vez en cuando…

¿Es que acaso alguien envidia su suerte? ¿o la suerte de Armanda?

http://www.bibliodelsur.unlugar.com/ebooks/hesse__lobo_estepario.pdf

Días de niebla

A veces pasa: un par de días de niebla densa al año. Niebla que borra al paisaje, incluso pasado el mediodía. Estos han sido días de esos. Conozco el paisaje que me rodea. Sé que las cosas están allí, pero no puedo verlas, a pesar de tanta luz. Un manto gris y brillante engulle cielo, río, horizonte, islas, edificios, árboles, coches, gente. Todo. Sé que están allí, pero pareciera que no estuvieran. La mente y los sentidos se contradicen y generan una extraña inquietud. Con saber, con entender, no basta. Pero no hay mucho más que hacer que esperar que se disipe la niebla. Y disfrutar del paisaje / no paisaje atípico que el día nos brinda. Tiene su encanto. Sí que lo tiene.

Día de tormenta

Debería poner un estabilizador. La energía no se corta, dicen , no es para tanto. Pero sufre sus bajones. Y por ahí cae un rayo y se multiplica por mil, aunque sea por un instante. Debería poner un estabilizador, ser mas precavida, no vaya a ser que se queme la fuente y me quede sin nada. Sí, ya sé, hay veces que ni con eso basta. No sé mucho de esto. Por lo pronto la cosa funciona así como esta. Por suerte en esta época las tormentas son intensas pero duran poco. Pueden ser frecuentes, pero es cuestión de estar atenta. Debería poner un estabilizador, pero no existe en el mercado uno que me sirva, aunque parezca extraño. Por lo pronto, lo único que me queda es desenchufar todo por un rato cuando el cielo se pone oscuro y empieza con sus truenos de advertencia. Y esperar. (Lastima que a veces me cueste tanto).

Otra vez.

Otra vez. Entre el lugar en el que estabas y aquel en el que ya no estás. Entre las cosas que creía saber y no sé.
Por la ventana se ve una blancura absoluta. Ni islas, ni río, ni parque, ni cielo. Nada. Todo inmerso y fundido en la niebla . Es como si mirara para adentro. Sé que las cosas están ahí, pero no logro distinguirlas.
Estoy en casa, pero otra vez me siento como en las noches en que esperaba sin hacer nada en la terminal de Concordia, San José, o algún otro pueblo. Fuera de Tiempo y en ningún Lugar, sabiendo de donde venía, y a donde iba. Y donde estaba y sin embargo, perdida.
Y no queda nada que decir, decías.
Y yo creo que sí, que queda mucho que decir, pero hoy no es el día.
Y que no hay vuelta atrás, decíamos.