«Jaque», dijo en voz baja, casi con culpa. Se mueve un alfil. Continua la danza.
«Jaque», otra vez, podría ser definitivo, pero no lo es. Un caballo aparece de la nada.
«Jaque», su voz cansada es un reclamo de clemencia. Los peones van dejando el tablero.
«Jaque», esta vez ya es una advertencia. Las opciones se cierran. El amor no todo lo puede.
«Jaque», esboza una sonrisa por vez primera. En un gesto displicente se perdona a la reina.
«Jaque», no quería que fuera así, tan así. Sus ojos dejan ver cierto disfrute en la agonía.
«Jaque», repite intuyendo el final. Todas las chances fueron dadas. Todas.
«Jaque mate», muere el rey. Ya no hay vuelta atrás.
No se puede vivir perdonando ciertas cosas, no se puede jugar siempre a perder.
No solo por el placer de extender la partida un par de movidas más.
No hay saludos ni gestos de cortesía. Pero debería haberlos.
Tal vez simplemente no fue un buen día.