Bajo el agua, cuarenta y cinco segundos.
Con mucho esfuerzo, sesenta.
Aguantando la respiración, cada segundo parece un día.
Pero a pesar de las bellezas subacuáticas,
del disfrute de ese mundo sin gravedad,
a pesar de todo lo maravilloso,
cuando el aire falta comienza la desesperación.
Y hay que saber reconocer los propios límites.
Buscar la superficie antes de que sea demasiado tarde,
porque sino, la fiesta se termina para siempre.
( Y existen modos de prolongar el goce,
pero requieren un esfuerzo extra, que no siempre vale la pena)