En el parque, frente al río, temprano en la mañana, cuando apenas amanece y se va levantando la helada bajo el rojo intenso del sol recién nacido. Ese es el momento ideal para encontrarse con el fantasma de Sir Richard. Y en algunas siestas de tibieza otoñal.La sabiduría de sus palabras hay que saber interpretarlas. Habla poco, siempre tan amable como cuando vivía y no era fantasma, ni era Sir, ni era Richard, sino Ricardo, el hombre sin mas techo que el mismísimo cielo. Un hombre viejo a fuerza de intemperie, penas y alcohol que paso algunas temporadas rondando por nuestro barrio.
Todavía hoy, como entonces, se hace presente así como de repente, pero ya no pide ni una pequeña monedita, ni una corbata, ni una silla, ni una espumadera.
Y como aquella vez, sin pedir mas, ofrece incluso aquello de lo que parece que más carece: palabras de consuelo y algo de fe.
Yo no sé bien porqué, en aquel frío amanecer, le dí las gracias y rehusé su oferta. No se porqué, lo sigo haciendo cada vez.