Pequeños demonios míos, pequeños y bulliciosos.
No demandan más que aquello estipulado en el contrato.
Reclaman sus derechos, a cambio de sus bien cumplidas obligaciones.
Y mi obligación no es mucha: yo soy su carcelera.
Alimento no les falta:
Se alimentan de mi realidad, y de mis sueños.
Y no les falta espacio vital:
Viven en mi, en cada rincón de mi cuerpo y de mi mente.
Pero igual reclaman.
No la libertad, porque saben que eso es innegociable.
Exigen sus quince minutos semanales a cielo abierto.
Y es verdad que de vez en cuando se me olvidan.
Y por mi propio bien, yo no debería olvidarme.
Mis pequeños demonios saben que llaga tocar.
Y allí revuelven sus minúsculos deditos infernales.
Ejercen, con precisión y elegancia, la justa presión.
En el lugar justo, de manera suave pero insoportable.
Y no me queda otra opción que disculparme.
Y reconocerle sus méritos, porque los tienen.