Aún no soy vieja lo que se dice vieja, pero ya estoy por cumplir treinta y siete. Y ya hace más de una década que mis canas no se pueden extirpar una por una, no tan fácilmente al menos, no como cuando tenía dieciocho y las canas recién empezaban a aparecer…
Mi memoria nunca ha sido mala en rasgos generales. Más bien ha sido de calidad inestable.
En la adolescencia tenia una memoria casi prodigiosamente nítida para todo lo que hubiera vivido o estudiado a partir de los diez. Fechas, nombres, situaciones, formulas, imágenes. Todo, incluso las boludeces. Todo, que tal vez era demasiado. Pero la verdad es que la vida por venir me parecía infinita, como la memoria.
En esa misma época en que oficialmente pasaba a ser mayor de edad, la memoria de mi niñez se sumergía en una nebulosa de la que solo recordaba fragmentos robados de la memoria familiar, de las fotos y las anécdotas. O de aquellas cosas que componían el resumen de mi infancia, un compilado de memorias que sabía y repetía de memoria, pero sin estar realmente segura de recordar.
Entre los veinte y los treinta, más o menos, una parte de mi memoria fina se borró a la fuerza, por decirlo de alguna manera, y otra he intentado borrarla a voluntad, por decirlo de alguna forma también. Como si la colección de recuerdos de ese período quedara guardado en stand by: no fueron borrados, pero tampoco pueden ser evocados aún con tanta facilidad. Recuerdo lo hechos, la sucesión de los hechos, pero no los detalles. Y no me preocupa ni me angustia que así sea.
Pero desde entonces, y principalmente en los últimos años, tal vez por la edad y tal vez por las distancias, he redescubierto la memoria de los detalles y sus maravillas. La memoria de las texturas, de las luces, las sombras y los reflejos de mi infancia, pero también de mi presente. Las voces y sus inflexiones, los olores, la cotidianidad que no queda nunca en las anécdotas ni en las fotos, y ni siquiera en la memoria familiar.
Ahora sé que me estoy acercando a la memoria de los viejos, que tanto me admiraba cuando los viejos eran todos los demás. Esa memoria que te deja revivir el pasado de a ratos, que te deja disfrutar de paisajes lejanos con solo cerrar los ojos.
Después, en algún momento, sé que los vaivenes de la memoria serán otros. De momento, me siento con superpoderes recuperados, y eso me tiene feliz.