El corrector (de finales)

Me lo encontré en una estación, pero bien podría haber sido en la sala de su casa. Tan a gusto se lo veía, como si la gris y fría banca de cemento donde apoyaba el culo fuera el más mullido y confortable de los sillones. Largando humo hasta por las orejas, más allá de carteles y advertencias, leyes, usos y costumbres modernas. Los ojos un poco vidriosos, un poco rojos, un poco perdidos, pero con su chispa intacta. Y un montón de libros, cuadernos y libretas desparramadas alrededor. Libros viejos, manoseados, ajados. Libros marcados por doquier. Cuadernos escritos, tachados, garabateados. Tan invisible, tan fuera de contexto y tan el centro de todo.

Fue verlo y reconocerlo al instante. Era él y solo él a quien yo buscaba desde hacía tiempo sin saber siquiera que buscaba algo. La persona ideal para la osada tarea que tenia que encomendarle ¿Quién más se iba a animar? ¿Quién más dispondría del tiempo? ¿Y quién, juntando esos dos requisitos, tendría además la capacidad de hacerlo y hacerlo bien?  Creo, no lo sé, pero creo, que me vio y me reconoció también. Me sonrió y me tendió la mano, como pidiendo la lista que yo aún no había plasmado por escrito, pero que me sabía bastante de memoria.

En la parte de atrás de un boleto viejo enumeré seis o siete obras. No hacía falta que pusiera los autores, estaba más que claro. Tampoco hizo falta que me dijera cuando estaría listo el trabajo. Cuando lo estuviera, en esa estación o en cualquier otra, nos volveríamos a encontrar.

2 pensamientos en “El corrector (de finales)

  1. gunnarwolf dice:

    Me asustan los correctores.

    Corrijo: Me asusta un corrector. Un corrector en particular. El corrector que, ex oficio, tendrá que revisar y marcar el manuscrito que con tanta ilusión deposité en el Departamento de Publicaciones del Instituto.

    Me asusta no sólo la cantidad de cambios que me va a pedir, sino que la falta de conocimiento que invariablemente tendrá del proceso de escritura que tuve. De las herramientas, de los detalles.

    Porque los correctores, y particularmente los buenos, no sólo corrigen el texto (con lo cual podría perfectamente simpatizar), sino que no están contentos hasta una purificación absoluta de la tipografía del texto resultante. ¡No queremos callejones! ¡Fuera los huérfanos y las viudas! ¡Reglas para la ubicación de figuras, tablas y otros flotantes! ¡Congruencia en el uso de elementos de resaltado!

    Sí, sé que tu corrector probablemente es más benigno, más afable. Pero dices corrector… Y yo pienso en lo que, sí o sí, me espera a la vuelta de la esquina. Deformación profesional, supongo.

  2. No te hagas, lo que entregaste no fue un manuscrito. Si el corrector viera tu letra manuscrita, es decir, escrita a mano, pediría la jubilación anticipada.

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