A continuación, un ejemplo de porqué escribir una novela, o incluso un cuento, sería una misión casi imposible para mí.
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Había una vez un rey… (creo que corresponde decir “hubo una vez un rey”. Este cuento se complica desde la primera palabra, literalmente). Otra vez.
Había una vez un rey… (aunque esté mal gramaticalmente, queda tan bien así, que así se queda). Otra vez.
Había una vez un rey… (en realidad hubo un rey más de una vez, por supuesto; y más de un rey a la vez, también, varias veces). Sigo.
Había una vez un rey, una vez en particular, un rey en especial, y aunque ésta no sea la historia de ese rey, la afirmación no deja de ser cierta.
Había una vez un rey, y había también un hombre que no era ese rey. Ese otro hombre será el personaje de este cuento, el rey supongo que ya no vuelve a aparecer.
Debería haber empezado de la siguiente forma:
Había una vez un hombre… Así, con minúsculas porque el hombre era un solo un hombre. Un hombre al que no le pasa nada extraordinario.
Había una vez un hombre al que no le pasó nunca nada atípico, en cuyos mesurados aconteceres cotidianos no reparó nadie lo suficiente como para escribir en media página un día cualquiera de su vida. Un hombre cuyos pensamientos más profundos son completamente inaccesibles, y por lo tanto, inútiles para rellenar con ellos los silencios del presente escrito.
Había una vez un hombre del que no sé nada, y sobre el cual quiero escribir. Voy a tener que inventarlo.
Había una vez un hombre que no existió, pero voy a decir que sí existió, porque lo necesito. Tendré que decir como era, aunque por supuesto, nunca fue.
Voy a tener que inventar cosas que nunca le pasaron, paisajes por donde no anduvo, palabras que no dijo, amores y rencores que no tuvo.
Me va a dar mucha pena por ese hombre. Porque en un momento voy a tener que dejar de escribir, y su vida, inventada sí, es cierto, pero suya al fin y al cabo, va a quedar trunca.
Creo que no lo voy a hacer.
Y veo sin embargo que ese hombre ya existe, aunque no lo haya llamado por su nombre, pues así, al pasar, lo nombré junto a un rey que sí existió, y que sí tuvo su historia, sobre la que escribieron quién sabe cuántos.
Ni siquiera llegué a la segunda frase del cuento y ya no quiero seguir. Es tremendamente más difícil de lo que hubiese imaginado. De lo que hube imaginado. De lo que imaginé.
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(reg, pná, arg, hace mucho, mucho tiempo)