No estaban muertos. No, tampoco estaban de parranda.
Replegados por ahí, en un rincón de esos oscuros, esperando.
¿Esperando qué? esperando una ocasión que amerite el regreso.
Siempre atentos, siempre listos. Siempre presentes.
No importa si han pasado dos años, dos décadas o mil.
Garras, dientes, lenguas. Nada ha perdido su filo.
Eficientes, eficaces, implacables. Y confiables. Muy confiables.
Susurran, muerden, pinchan, golpean y sacuden. Opinan.
Devoran y vomitan realidades. Y siempre es mejor lo que devuelven.
Mis demonios tan mios, tan chiquitos y grises, tan incorruptibles.
Mueven las poleas siempre en el momento justo y de la mejor manera.
Esas voces pequeñitas, que aturden cuando quieren. Por ejemplo, hoy.