Una filigrana

Eso fue lo que pensé en cuanto lo vi: una filigrana. Una delicada artesanía, una obra de arte en miniatura. Y no pude pensar en mucho más. Lo de matarlo al instante no fue siquiera un pensamiento. Fue puro instinto.

No sé si al resto de la humanidad le suceda igual. A mí siempre me pasa. Y siempre lo lamento.

Tal vez sea por un cuento que leí allá en mi adolescencia temprana. Un cuento donde el escritor magistralmente ponía voz al pensamiento de un alacrán que se lamentaba de su suerte de alacrán.

O tal vez sea una antigua culpa, de esas que obligan a confesarse una y otra vez

Hace mucho, muchísimo tiempo, encontré un alacrán en mi almohada, justo ahí, en centro, donde se suponía que debía apoyar mi cabeza. Y en vez de aplastarlo cual mandan el manual del buen ciudadano, lo guardé en un frasco. Una verdadera joya viviente,  delicada y perfecta. Fascinante.

Durante unos días intenté «cuidarlo», es decir, arrojarle algo de agua y un par de insectos vivos, que fueron despreciados una y otra vez por mi involuntario inquilino. Mientras, obviamente, no dejaba de molestarlo con un palito de brochette. Curiosidad cientifica, digamos.

Tras un poco días de mínima y monótona interaccíon, me agarró algún tipo de remordimiento por mantenerlo en cautiverio, y decidí devolverle su libertad. Pero en mi mente adolescente se me figuró que, tal vez, el bicho en cuestión buscara vengarse de mi malos tratos, aunque estos fueran bien intencionados.

La solución ideal llegó cual iluminación repentina. ¿Iba  a soltarlo? Sí. Pero antes iba a cortarle el aguijón. Claro, no pensé que con eso iba a matarlo de hambre más lentamente. No pensé en eso, ni en otras muchas otras cosas.

Con toda parsimonia y ceremonia, y casi que pidiéndole perdón en voz alta, busqué algunas herramientas de cirugía de mi papá. Con unas largas pinzas lo sostuve tan delicadamente como pude, y con otras pinzas agarré el peligroso aguijón. Tiré. El aguijón se desprendió. Tras él salió algo que debe haber sido su medula espinal o el equivalente en anatomía de alacrán. Y ahí estaba el alacrán con el que me había encariñado. Muerto. Bien muerto.

Dicen que el camino al infierno está empedrado de buenas acciones. Esta fue una de mis primeras piedras.

Desde entonces, siempre me lamento cuando me cruzo con uno. Si no lo mato yo, lo mata alguien más. Si se escapa, se lo busca hasta encontrarlo y se lo mata. Nadie los deja pasear libremente por su casa, como a veces pasa, por ejemplo, con las arañas. Yo no sé si sea solo por su peligrosidad. Creo que hay algo más, un miedo más ancestral, mas visceral. Como un impulso de matarlo antes de ceder a la dolorosa tentación de tocarlo como quien toca, suavemente, una fina joya, una delicada filigrana…

¿algo que decir? aquí es donde.

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s