A pocos metros de casa hay un ombú. En la Ciudad de México no abundan. Yo apenas si sé de tres o cuatro. Y uno de ellos esta junto a mi casa, medio camuflado en la frondosa vegetación del parque. No está solo en medio del descampado paisaje de la pampa, que es como suele presentarse en la imagen mental de tantos de los crecimos con aquello de que “la pampa tiene el ombú…”. Esa hierba gigante del sur, ese yuyo descomunal disfrazado de árbol, cobija bajo su sombra varios agaves, una yuca, un par de colorines, todos ellos muy mexicanos. Y pesar de ser grande, otros árboles cercanos mas grandes aun le hacen sombra de rato en rato.
A mi me llena el pecho con olor a nostalgia, me trae muchísimos recuerdos de la infancia. De aquel ombú grandote que era el centro de nuestros veranos, el hito que ordenaba nuestro universo de piletas, amigos y meriendas. Jugábamos a trepar por sus raíces que emergían de la tierra y pasar por los recovecos de su tronco. Recuerdos de la primera yarará que vimos de cerca, cuando se despertó de mal humor un invierno, en uno de los huecos de su tronco. También me trae recuerdos de otro ombú, que crecía obstinadamente junto a un tapial de la casa y amenazaba con voltearlo. A ese no lo dejábamos crecer mucho. Mis hermanos y yo, niños aun, salíamos con un machete y cuchillas de cocina a «podarlo» todos los años. Su pulpa blandita y aguachenta nos dejaba el trabajo fácil, pero para nosotros era toda una tarde de aventuras y grandes hazañas.
Este ombú de aquí no es muy invitador. Aunque su sombra sea probablemente la mejor sombra del parque, aunque su raíces inviten a trepar, no hay por donde acercarse. Al estar junto a una parada de autobuses, el suelo alrededor del ombú acumula basura y restos de comidas. Es un lugar invisible para el que pasa, aunque este a plena vista de todos, e invisible también para quienes se encargan de mal mantener el parque.
Me pregunto quién lo habrá plantado. Nunca imagine, hasta ahora, que el ombú fuera de esas cosas que se plantan. Los yuyos, grandes o pequeños, crecen donde quieren. Pero dudo que este apareciera aquí, justo aquí, de manera espontánea. Hay, debe haber, una historia tras este ombú. Aunque sea una historia mínima, una que ya nadie sabe, que nadie recuerda, que no figura en ninguna lado
Se nota que no está en su entorno natural, aunque se ve sano y fuerte. ¿Como explicarlo? Hay algo en su “ombusidad” que no me cuadra. O tal vez sea yo nomas, es decir, mi mirada, algo de mi que se proyecta en esta condición compartida de extranjeros con residencia indefinida.