Quemar todas las naves. Y también quemar todos los bosques de esta isla, hasta que no queden más que cenizas. Y esperar que el bosque vuelva a crecer.
Mientras tanto, habrá tiempo de imaginar un barco nuevo, de maderas nuevas que no hayan conocido la tragedia. Habrá tiempo de diseñarlo y después habrá tiempo de construirlo.
Y llegará el momento, quizás, de navegar otra vez estos mares, éste océano siempre tan igual, siempre tan distinto de sí mismo.
Tiempo habrá, porque el tiempo es de esas cosas que se parecen realmente a aquello que llaman infinito. Todo lo demás, ha de acabarse algún día. Hoy, mañana, en cien años, en mil. Algún día.
Por ahora, es cuestión de quemar las naves. y los bosques (no, no es maldad, solo un gesto de precaución adicional).
Será un fuego digno de verse. Un fuego que se verá desde el mar. Y quien sabe, tal vez se verá desde el otro lado del mar. Es un riesgo que hay que correr.
El cansancio de viajar y viajar se deja sentir, pero el devenir de los acontecimientos, de vez en cuando, se empecina en sorprender.
(el instinto a veces es mas fuerte que la voluntad)