Viajar de noche en autobús.
Afuera la oscuridad es absoluta.
Adentro, pequeñas luces verdes y rojas que solo se iluminan a sí mismas.
Entre la vigilia y el sueño no hay mucha diferencia.
Es difícil moverse, es difícil ver.
Y no se escucha mas que el ronroneo monótono del motor.
Es casi imposible hacer nada más que seguir ahí, que seguir así.
Como si tuviera vendados los ojos, y atadas mis manos y mis pies.
Hasta pensar es difícil en ese limbo de temperatura constante.
Podría imaginarse ésta como una situación desagradable, pero no lo es.
Muy por el contrario.
Las opciones se limitan al máximo.
No hay mucho mas que hacer que dejarse llevar.
El cuerpo tal vez no descanse tan bien como en una cama.
La mente tal vez no descanse tan bien como debería.
Pero ese algo que podría llamarse voluntad, si se distiende.
Y éste sí es un descanso de los más urgentes y disfrutados.
Esta falta de libertad de acción se parece mucho a la idea de libertad.
Esa libertad de ser sin hacer, sin sentir, sin pensar.
Al menos por unas horas.