Tal vez lo haya leído en el Benévolo, o en el Frampton, no recuerdo bien, fue hace mucho tiempo atrás. Hablaban, claro, de arquitectura barroca, especialmente del Rococó y del Churrigueresco. De esa casi obsesión por no dejar ni el más mínimo espacio sin decorar. Del Barroco, sí; pero también de otras tantas culturas, en otros tantos tiempos y lugares.
«Horror vacui», literalmente, significa miedo o terror al vacío. Recuerdo que en algún viaje tuve la oportunidad de recorrer obras emblemáticas con esta fuerte tendencia. Y recuerdo también la sensación de sofocamiento y espantada admiración que me provocaba a cada paso.
Pero no fue una obra de arquitectura la que trajo a mi mente esa expresión esta vez. Fue algo mucho más mundano, más cotidiano, menos soberbio y para nada magnánimo: el intentar encontrar un momento libre de mi agenda que coincidiera con otras agendas, mucho más densas que la mía; e intentar también hablar con amigos sobre futuros aún no acaecidos, pero no por eso menos saturados de terror.
Terror al vacío y a otras cosas que se asemejan al vacío sin serlo. Terror al silencio, terror a la soledad, terror al aburrimiento. Terror a no tener, a no saber, a no ser y a no sentir mas que terror.
Y esta época nuestra, que ya hace tiempo dejó de ser postmoderna, se me hizo de pronto tan barroca, tan llena de cosas, tan saturada. Tan adversa a la paz en cuyo nombre todo se justifica. Y sin embargo, tan nuestra, tan fascinantemente nuestra.
(Para mí el silencio es como el aire, así de indispensable, tan indispensable como las mismísimas palabras. Y casi nada me mantiene tan viva como la incertidumbre, salvo algunas pocas certezas, simples, subjetivas y vitales)