Cuando un año termina, y el siguiente comienza, suelen faltar doce días para mi cumpleaños. De esos doce días, suelo tomarme diez para hacer mi balance del año que paso, y tratar de visualizar las alternativas del futuro mas inmediato. Y un poco también más allá de la simple inmediatez.
Y si bien es algo que intento hacer casi cotidianamente, en estos días (en general de agobiante calor y pocas obligaciones) me tomo el tiempo de hacerlo a conciencia. Me tomo el tiempo como para reconocer las trampas que yo misma me tiendo a la hora de evaluar, y me tomo el tiempo de decidir cuales de esas triquiñuelas serán válidas para este año. Si le doy más peso a las cosas buenas que a las malas me lo perdono. Si elijo mirar el medio vaso lleno, simplemente cuido de no olvidarme que es una elección, nada más.
El año que pasó fue lo que fue: difícil pero bueno. El año que empieza llega lleno de incertidumbres y desafíos. Será lo que será. Lo que no va a faltar es buena voluntad.