El mimo malabarista hace malabares con pelotas invisibles.
Concentrado su semblante, fija su mirada quién sabe dónde.
(quién sabe donde o quién sabe cuándo).
Las bolas no se ven, nosotros no las vemos, pero claramente se revelan de cristal.
Y en su interior, también invisibles a nuestros ojos, se adivinan pequeños tesoros.
¿Serán trozos de su vida? ¿recuerdos? ¿sueños? ¿ideas sueltas? ¿proyectos? ¿anhelos?
¿Serán indómitos sentimientos por fin dominados? ¿sensaciones? ¿pensamientos?
¿Serán, acaso, sus pequeños demonios encarcelados en bolas de cristal imaginario?
Algo así ha de ser, supongo.
Nunca vi malabarista tan esmerado, ni tan cuidadoso.
Toma las etéreas esferas delicadamente, con suavidad y ternura.
Las arroja, una tras otra, con la segura precisión que da la experiencia.
En su cara de mimo pintado, todo y nada se trasluce en un mismo gesto:
Esperanza, miedo, alegría, orgullo, incertidumbre, amor, respeto.
Y cierta templanza insondable, que me fascina a la distancia.