Cuando los ignoro, mis pequeños demonios se quejan.
Golpean las paredes de su prisión como con furia.
Se quejan como se quejan los que se quejan con razón.
Y los golpes van adoptando un ritmo. Se parecen a latidos.
Sus puños son puños diminutos, y ni dientes tienen, ni garras.
A veces duele un poco, sí; pero se parece más a una molestia.
Como una piedra en el zapato. Una basurita en el ojo.
Un latido, constante como latido. Suave, rítmico, infinito.
Un tic tac profundo y sordo, y a su vez, ensordecedor.
…¿Será peor el sordo tic-tac de los demonios rítmicos, o el delirante wah-wah que, con sordina, interpretan los demonios melódicos?