Viajando en la misma línea de metro de siempre. En el vagón aún medio vacío, un niño va leyendo un libro. Y es un libro que conozco.
Con culpa he de confesar que a veces siento más simpatía hacía un desconocido cualquiera que esté leyendo un libro que yo leí, que hacia uno que hable con mi propio acento. Sé que no significa nada. Gente muy diversa puede coincidir en un libro o dos, pero a mí me da un “no sé que” de intimidad, de cercanía, hasta de cariño. Ese cariño instantáneo y pasajero, que dura lo que el encuentro, que no requiere palabras, y que es unidireccional, porque el otro nada sabe de la coincidencia.
Pero con este niño es distinto. Porque el libro es distinto. Un drama infantil, sobre un drama que en la vida real suele ser más dramático que en el libro, y que sin embargo está tan bien escrito, tan bien encarado….
Lo miro. Será unos dos o tres años mayor que el protagonista. Aunque si viaja en el metro, posiblemente no se le parezca tanto. O si. Hay cosas que unen y generan identificación más que otras. Sobre todo en la infancia. También de eso habla el libro.
Lo miro. El niño, pre adolescente a todas luces, viaja solo y está tan metido en su lectura, que supongo que conoce ya de memoria las curvas, los frenazos y los tiempos de esta linea metro. Se ve tan niño en medio de tanto adulto.
Lo miro. Y me pregunto como llegó ese libro a sus manos. Es un libro escrito expresamente para él, pero a mi, persona promedio de más de treinta, me estrujo el alma. Como sea, ya está por terminarlo. Tan presente lo tengo, que casi que podría decir yo por donde va. Lee rápido, con avidez, y lo entiendo. La historia te envuelve, te atrapa y te angustia. El final es inesperado, todo apunta que será un terrible final. Y en realidad, es medio terrible, pero no tan terrible. Quisiera decírselo, pero esas cosas no se hacen entre lectores que disfrutan su lectura.
Lo miro. Quien sabe hasta donde seguirá su viaje. Mi parada es la próxima estación. Veo, por entre la multitud que acaba de subir, que se sonríe de lado. Creo que ya está descubriendo de que viene la cosa, ya está atando cabos, elaborando hipótesis, arriesgando futuros más prometedores. Que buen momento ese momento.
Me sonrío también, con el alma calentita. Me sonrío y él ni se entera, ni tiene como enterarse, porque no ha levantado la vista del libro ni una sola vez.
Muy buena historia. Gracias.
Gracias a vos por darte una vueltita por aquí, por el comentario, y por compartirlo.
habria q decir que libro era no?
Digamos que esto es un cuento, una ficción, un invento. Si no lo fuera, tal vez, quien sabe, el libro bien podría ser «Los mil años de Pepe Corcueña» de un tal Malpica, un amigo de la banda, un tipo que escribe muy, pero muy bien.
Muy buen blog. Te seguí desde el Bic Naranja y veo que también tenés links a los blogs de Heliconia.
Saludos!
Gracias Luciano! ya me asomé a husmear entre tus lineas también. ¡Buenísimas!