Toda la estación estaba convertida en una enorme sala de espera, afuera llovían torrentes.
Las primeras horas no hice nada, como el resto, más que esperar. Después de eso, de aburridos, ya nadie se molestaba por sentirse observado. No había mucho mas que hacer.
No podía moverme de la mesita que había «ganado» en el único bar de la estación, porque la perdería el instante. Y la noche prometía ser larga.
Cerca, otra mujer sola, que se había apropiado de otra mesa del bar, escribía hacia rato en un cuaderno. Consultaba su agenda y seguía escribiendo… y sacaba de su bolso otras agendas, llenas de papeles y cosas, y escribía en su cuaderno, y escribía en sus agendas, leía papeles que parecían arrancados de otros cuadernos.
Y de a ratos parecía que lloraba silenciosa, de a ratos que se sonreía. ¿Que escribía? ¿que leía?
En principio pensé que era simplemente una mujer organizada que no estaba dispuesta a perder el tiempo muerto esperando.
Después de muchas horas (más de seis) la terminal se despejaba. Ni mi colectivo ni el suyo habían aparecido en el andén.
Cuando llegué a casa, una eternidad después, le comente a mi mamá sobre aquella mujer, y me dijo que tal escribía un cuento o una novela. Me gusto su interpretación, yo pensé que estaba organizando sus cosas para encarar un pronto final, y como dicen, poder descansar en paz…