Una imagen es una imagen. Uno la ve, y ya no puede pretender que no la ha visto. O mejor dicho: sí puede pretender que no la ha visto, pero es un engaño para los demás y uno sigue sabiendo la verdad. Quieras o no, el mensaje en forma de imagen se te metió en el cerebro entre dos parpadeos. Y no te diste ni cuenta de como pasó.
Tal vez uno aprende con los años a ser más analítico en la mirada. Pero ver es como escuchar, como oler, como degustar o sentir en la piel. Con esa capacidad y habilidad nacemos, aunque algunos ( y digo nomas algunos) después desarrollen, cultiven y refinen un poquito más sus sentidos. Pero, en principio, lo único que podemos hacer para no ver lo que esta frente a nosotros, es cerrar los ojos. Y en general siempre es un segundo más tarde de lo que hubiéramos deseado.
Una imagen (sea cual sea), siempre nos llega de la forma menos amable. Alguien la diseño, la dibujó, la pintó, la fotografió, la esculpió, la editó y la liberó en su completa grandeza en un mundo lleno de ojos que ven. Sencilla o compleja, pasará solo formalmente por el cerebro para dar su golpe certero, en una milésima de segundo, allí donde habitan nuestras emociones. Absolutamente figurativo o de lo más abstracto, no importa, el mensaje nunca es del todo claro, y ni siquiera es muy conciso: deja al espectador libre de interpretar, desde sus vísceras primero y desde su mente después, lo que se le venga en gana, aunque no tengas ganas de nada.
Por eso yo prefiero escribir. Aunque las palabras se vean, no se pueden leer todas juntas de una sola mirada, salvo que sean realmente muy pocas. Así, el que empieza a leer puede irse dando cuenta, lentamente, si quiere seguir leyendo o no. Incluso puede decidirse a abandonar la lectura a media palabra. Ahí, escrito, hay un mensaje, una historia, algo que el que escribió quiso transmitir, sin obligar al receptor a recibir. No sé si me explico. Y las palabras quieren decir lo que quieren decir. Algunas tendrán dos o tres significados, pero el sentido de las frases en general será mas bien claro. Bastante claro, al menos. Primero pasará por tu mente, y luego, ya más o menos digerido, te invadirá el alma. O no.
Por eso yo prefiero escribir. Otros preferirán expresarse de otra forma y todas las formas son válidas, sin duda. Pero esta, hoy, es la mía.
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No hace falta tocar un ladrillo para ser un buen arquitecto. De modo análogo, para ser un buen poeta no hace falta escribir un verso, Rojas Jemenéz es buen ejemplo de ello. Sin embargo resulta muy provechosa la existencia de gente dispuesta a apilar ladrillos o trascribir versos, pues amplía los alcances de sentido de los primeros y permite otros nuevos a terceros. Esta es otra manera de darse cuenta que las personas son en tanto otras y que el conjunto de ellas conforman el sentido indescifrable de la vida… por eso agradezco, hoy, su existencia y las de sus palabras que aunque, como puede notar, les he encontrado un sentido muy diferente, hacen también a mi existencia.