Todos tenemos cosas que nos gustan más que otras. Es obvio, más que obvio. Es natural. Y si tenemos cosas que nos gustan más, necesariamente tenemos cosas que nos gustan menos. Y que existan cosas a las que les tenemos una justificada aversión, es comprensible.
Pero hay cosas a las que se les tiene un rechazo profundo no justificado, inexplicable. Cosas para las que no basta un «no me gusta», ni un «me desagrada profundamente». Cosas a las que no tenemos tiempo ni de juzgar antes de rechazarlas con las vísceras revueltas. Cosas que nos espantan sin que medien las subjetividades de lo ético ni de lo estético.
Sentimiento fóbico, completamente irracional, que nos avergüenza. Que nos humilla. Que nos atormenta. Que deberíamos combatir con todas nuestras fuerzas.Sentimiento que nos hace ser o parecer quienes no somos, quienes no queremos ser. Sentimiento que nos altera, nos paraliza, nos desnaturaliza y nos anula.
Ese sentimiento es el que me provocan las uñas postizas. Lo siento. No puedo evitarlo. Uñas falsas, largas, afiladas, pintadas, decoradas, pegadas sobre otras uñas que si son de verdad. Sepan disculparme quienes las luzcan, si de repente ven que empiezo a temblar. Sepan disculparme si no puedo hablarles, ni prestarle atención a lo que me digan.
Y si de alguna manera intuyen que me estoy aguantando la risa, sepan perdonarme también.