Porque no todos creemos lo mismo.
Porque no todos tenemos religión.
Porque no todos tenemos un dios.
Pero todos tenemos muertos.
Algún muerto.
Muertos propios por derecho de sangre.
Muertos ajenos, adoptados como propios.
Muertos con paz, o sin paz, muertos a destiempo.
Pero todos tenemos muertos.
Algún muerto, al menos, para recordar.
Muertos queridos, respetados, admirados.
Y también de los otros, pero siempre propios.
Muertos que duelen y muertos que sanan.
Muertos que nos definen, para bien o para mal.
Muertos que son nuestra historia chiquita.
Pero también nuestra historia con mayúsculas.
Muertos que son la base de nuestra identidad.
Muertos que enseñan, advierten o consuelan.
Muertos que, a veces, también reclaman una mirada.
Por eso, entre otras cosas, importa la memoria.
Por eso importa el ejercicio sano de la memoria.
Y la reconciliación con el misterio que supone la muerte.
Todavía lo único ineludible, lo que a todos nos toca.
Bonito, bonito. Y muy cierto. Y sí, una reflexión que nos acompañó una y otra vez durante estos festejos de muertos, que seguimos por diferentes puntos de esta ciudad.