Norte o Sur

Una ruta que corre de norte a sur y viceversa.
Una estación al margen de esa ruta.
Una única y sombría boletería.
Dos posibles rumbos a seguir: norte o sur.
Una decisión que tomar, tal vez intrascendente.

Tal vez no.

El destino, a corto plazo, es en realidad el mismo.
Es un circuito circular, sé que es así.
Se supone que es así. En teoría es así.

Y como en el cuento de Caperucita,
uno de los caminos es el más incierto.
Pero esta vez no es el más corto, sino el más largo.

El camino del bosque es en realidad el camino por la selva.
Es esta selva, estas fauces de lobo urbano,
que no muerden la carne sino el alma.

Dentellada que habrá que aguantar,
la decisión no fue tomada a cara o cruz.

Reencuentro

Nos reencontramos esta vez en otra estación. Cada encuentro, con éste fantasma, es en realidad un reencuentro. Será tal vez porque todas las despedidas se saben tal vez definitivas. Tal vez porque cada despedida es un adiós completamente indefinido, sin un dónde ni un cuándo, ni nada que augure un tiempo futuro compartido, aunque más no sea por unas pocas horas.

Será por eso que cada encuentro genera tanta algarabía, tiene ese grado de sorpresa bien recibida. Casi, diría yo, como si se tratará de un pequeñísimo y dómestico milagro.

¿Que decir? Podría verse la cosa desde otro punto de vista completamente distinto. Pero yo lo prefiero así.

Jaque mate

«Jaque», dijo en voz baja, casi con culpa. Se mueve un alfil. Continua la danza.

«Jaque», otra vez, podría ser definitivo, pero no lo es. Un caballo aparece de la nada.

«Jaque», su voz cansada es un reclamo de clemencia. Los peones van dejando el tablero.

«Jaque», esta vez ya es una advertencia. Las opciones se cierran. El amor no todo lo puede.

«Jaque», esboza una sonrisa por vez primera. En un gesto displicente se perdona a la reina.

«Jaque», no quería que fuera así, tan así. Sus ojos dejan ver cierto disfrute en la agonía.

«Jaque», repite intuyendo el final. Todas las chances fueron dadas. Todas.

«Jaque mate», muere el rey. Ya no hay vuelta atrás.

No se puede vivir perdonando ciertas cosas, no se puede jugar siempre a perder.

No solo por el placer de extender la partida un par de movidas más.

No hay saludos ni gestos de cortesía. Pero debería haberlos.

Tal vez simplemente no fue un buen día.

El temblor

Algo como la furia, que no es la furia,
temblando al filo de los colmillos.

¿Dónde duerme la ira que brilla por su ausencia?
¿Dónde se esconde la sed de venganza?
¿Dónde está la tempestad redentora?
¿Y dónde está todo lo demás?
¿Es que acaso es tan grande el abismo?
¿Es que no era, acaso, solamente un paso?

Solo queda el sutil temblor del alma
cuando el temblor de los colmillos se apaga.

Una noche

Hasta las dos de la mañana, el cielo se mantenía límpido.
Muchísimas estrellas, toda la Vía Láctea en su esplendor.
Como suele suceder aquí en el sur cuando no hay ciudades cerca.

Ninguna nube.
El aire más transparente que pueda alguien imaginar;
y la luna tan ausente, como si no hubiera existido jamás;
y una brisa suave y cálida;
y miles de relámpagos, durante horas,
que iluminaban el horizonte sobre el río.

Un espectáculo digno de verse.
Más que eso, un espectáculo digno de vivirse.
Finalmente el viento comenzó a embravecerse.
Se cubrió el cielo de nubes rojas.
Cayó un único rayo.
Y se desató la tormenta perfecta.

Minutos después ya estaba yo bajo techo,
disfrutando el olor de la primera lluvia.
Dispuesta finalmente a dormir un rato.

(la jornada había sin dudas terminado)

Sobre pedir deseos. Sobre no pedirlos.

Pasó fin de año. Empezó un año nuevo. En  el momento, bastó con desear con que sea un buen año para todos. Así, en forma genérica.. La cosa no daba para más. Todo el esfuerzo se fue en tratar de que el deseo sea sincero, naciera de lo profundo y no se convirtiera en una fórmula de salutación tradicional. Luego ya vendrían unos días de calma como para pensarlo mejor. ¿Cómo fue este año que pasó? ¿Cómo será este que recién empieza?

Y de repente, llegó otra vez uno de esos momentos donde tradicionalmente se piden deseos. Esta vez, un poco mas personal, el día de mi cumpleaños. Cualquiera diría que tiempo para pensar y reflexionar tuve de sobra. Y en realidad, tuve suficiente; aunque nunca sea realmente suficiente.

Llegó el momento de pedir los tres deseos. Pero este año, tal vez por primera vez en 32 años, no hubo torta de cumpleaños, ni velitas, aunque hubo festejos. No pedí ningún deseo. Renuncié a ese privilegio hace más de una década. No es que no desee cosas, que no tenga anhelos. Es que no sé pedirlos. No sé como ni sé a quien. Podrán acusarme de que soy una mujer falta de fé, pero no lo soy. Al menos optimismo no me falta.

¿Y si pudiera pedir solo un deseo, con absoluta garantía de que se va a cumplir en tiempo y forma? No sabría que pedir. A cada deseo se le interponen muchas objeciones – técnicas, prácticas, teóricas, éticas – que no los hacen merecedores de tan única oportunidad.

Y después, está este tema de la decepción.

Y está la cuestión ineludible de la comodidad de desear aquello que difícilmente lograríamos por nuestra propia cuenta (si nos atreviéramos), y que por lo tanto deseamos que se cumpla por si mismo.

Y está esa dificultad enorme de pedirle ayuda a las personas que pueden ayudarnos a la hora de cumplir deseos propios y ajenos.

Y está el tema de éste profundo sentir que la vida me ha brindado tanto, que pedir algo mas, si de pedir se tratara, sería un abuso.

Y está esta cuestión de que algún día, tal vez, puede haber un deseo más seriamente deseado que cualquier otro deseo. Y si de desear se trata, prefiero tener mi cuenta habilitada para entonces.

Por eso no pido deseos cuando cumplo años. Ni cuando veo una estrella fugaz.

 

Un largo y mínimo instante…

Una idea, un sentimiento, una sensación, todo en un instante.
La síntesis más clara de un montón de ideas vagas con las que jugaba desde hace años, de sentimientos inciertos que vislumbraba de vez en cuando. Ninguna verdad universal. Más bien, todo lo contrario. Algo que involucra parte de mi historia y que llega a mi presente.  Y que tiene que ver con las personas mas cercanas y queridas. Y mucho más con las personas amadas. Que tiene que ver con actitudes, con creencias, con sentimientos, con acciones, con ideas y con ideales.
Un instante que llena de claridad e incertidumbre. De esos que te hacen sonreír en la oscuridad aunque nadie te vea. Y te saca unas lágrimas de esas que no duelen en absoluto. Uno de esos instantes que no cambian nada hacia atrás… pero que no pueden no afectar, aunque sea muy mínimamente, el futuro. Porque no pueden olvidarse ni ignorarse. No una revelación ni una visión. Posiblemente, una tontera. Una idea bella, en un momento especial.
¿Qué importa que relevancia tenga? Una buena experiencia, sin duda. Las ideas bellas, cuando llegan así, sin que se las busque conscientemente, y emocionan, siempre valen la pena. y si además ayudan a reconocer y reafirmar los lazos que nos unen, tanto mejor.

Oportunidades

La oportunidad estuvo ahí. Tal vez no pude, tal vez no supe. O tal vez no quise aprovecharla al cien por ciento. ¿Qué más da?

La oportunidad estaba ahí. Y al día siguiente ya no estaba. Y al día siguiente la vida continuaba como continúan en general las vidas: como pueden.

Algunas oportunidades simplemente se dan. Otras hay que buscarlas con insistencia. A veces se plantean sumamente simples y accesibles. Otras veces apenas se vislumbran y parecen casi imposibles.

Por definición, casi se diría que las oportunidades en si, cada una y con su necesario contexto, son irrepetibles. Dicen también que llegado el momento no hay que dudar. Que las oportunidades suelen ser fugaces.

Y debe ser que dude. O no pude. O no supe. O no quise.
Hoy, tanto tiempo después, yo me pregunto: ¿qué más da?

Miedos

Hace tiempo que quiero escribir algo sobre el miedo.

No sobre el miedo repentino y esporádico ante peligros inminentes, más o menos concretos. No sobre el miedo que salva vidas, sino sobre el miedo que se hace forma de vida. El miedo de tener miedo por si las moscas…

Sobre eso quería escribir, pero no se me ocurre nada. Al menos hoy, ni una linea más que esta.

Palabras mágicas / db

Le pedí una palabra de emergencia.
Tuve mi palabra mágica. Sirvió.
No resolvió nada. No la pedí para eso.

Las palabras mágicas, como yo les digo, son para otra cosa.
Y no tienen nada de mágicas.
Dos veces las pedí. Dos veces allí estuvieron.

Estoy en deuda.

Temas trascendentales

– Crees? – me preguntaron.
– Creo que es posible que sí, pero creo, también, que debemos ir por la vida como si no – contesté.

Fue el inicio de una noche larga, muy larga.

Estrategas

Junto a la estación hay una pequeña plaza. En la pequeña plaza hay un gran árbol. Bajo su sombra dos tipos juegan al ajedrez. Dos linyeras, dos crotos, dos vagabundos. Two homeless, dirían en ingles. Uno casi no oye, el otro no sabe ni quién es. Golpeados, mal heridos por la vida, ulceradas indefectiblemente el alma y la piel. Se demoran en cada jugada, juegan sin reloj, juegan sin tiempo. ¿Viven sin tiempo? No lo sé. La mirada fija en el tablero. Dicen los que saben que ambos juegan muy bien. En el brillo de sus ojos brumosos se intuye el juego cuatro, cinco, seis jugadas adelantadas. Impecables estrategas de la nada. Peón por peón, sonrisa ladeada, juegan las blancas. Llega un autobús. Se alborotan taxistas, vendedores ambulantes, se agita la manada. Retrocede el caballo, se libera la dama. Quisiera poder leer en sus mentes ese futuro inmediato que los deleita.
Pero mi hora de partir llegará antes de que muera un rey, sea cual sea.
(Sí hay relojes de este lado de la vida)

Otras palabras

Cuando viajo llevo siempre a los poetas en mi bolso de mano. Los artistas de la palabras, los de hoy y los de antes. Del Dante a Sabina. ¿Quién diría? Pero siempre me les resisto. Ahí quedan, me duermo, los evito y me escapo.

Pero hoy me toco viajar de día. Y es un día muy de verano, de viaje lento, largo y caluroso. Cedí a la tentación de sus versos y se resquebrajaron mis corazas. No hay donde escapar en un autobús sino es al mundo de los sueños, que hoy, justo hoy, me negó la entrada. Y ahí estaba yo conmigo, a flor de piel.

(y una sola lágrima emocionada, que no tuvo la decencia de caer)

Cuestión de piel

dias de frio
HACÍA MUCHO FRIO. ESE FRIO QUE HIERE LA PIEL.
POCAS VECES ME SENTI TAN VIVA.

Esos instantes

Seguramente no «LA VERDAD», así con mayúsculas; pero sí pedacitos de verdad y pequeñas verdades, a veces se revelan en los instantes menos imaginados: al ver caminar una arañita en la pared mientras tendemos la cama, al juntar un lápiz que se nos cayó en la oficina o al elegir un jabón de tocador en el supermercado. En cualquier momento, en cualquier lugar. La cuestión es darse cuenta, pero de alguna manera sucede. Ahí está el chispazo.

¿Y después? Después, la vida continúa.

Esas cosas …

Mientras esperaba mi coche rumbo a Paraná escuché, después de mucho tiempo, una canción de los Redondos. El estribillo se me pegó. Desde hace ya unos días el Indio repite una y otra vez, muy dentro de mi:

 «¿Puede alguien decirme ¡Me voy a comer tu dolor!?
Y repetirme ¡voy a salvarte esta noche!»

Ojalá alguna otra estrofilla pegadiza se me cruce en el camino pronto. Y desplace esta tontera a algún rincón oscuro y olvidado de mi corazón….

¿Quién cree?

Dice Wikipedia:
«Una profecía es una afirmación clarividente sobre el futuro, en general. Sin embargo, hay una diferencia entre profecía y predicción: una predicción es una afirmación que se utiliza para reforzar una teoría de acuerdo a un proceso lógico, mientras que una profecía no está ligada a un razonamiento en la previsión del resultado predicho y su inspiración es de origen divino.»

Bueno, yo no creo en profecías, pero antes de tener un año no podía negarme a que me llevaran con una señora que argumentó un montón de profecías/predicciones a raíz de mi carta astral. Por unos no tan módicos pesos, obviamente. Mi madre no era muy entusiasta del asunto, pero por congraciarse con la nueva familia, aceptó.

Y ahí quedó todo registrado en un casete negro, hasta que un día, hace como 20 años, ese casete fue regrabado con música de la radio. Buscaba en que grabar y encontré un casete no identificado, donde una tipa hablaba cosas raras con un acento raro. Como no era nada que me pareciera que pudiera interesarle a mis padres, le puse una cintita y se transformó en algo así como un casete virgen.

La fiebre de grabar música de la radio me duró, creo, ese solo día. Pero ese día desaparecieron los famosos designios, dando lugar a temas musicales de moda de finales de los ochenta.

Claro, yo me enteré más de una década después, cuando ocasionalmente mi madre dijo que la señora aquella en algo le había acertado. Ahí requerí un poco más de información sobre el suceso. Pero apenas si me tiraron una linea o dos. No había sido un hecho tan trascendente como para quedarse en la memoria de mi progenitora. O por algún motivo, ella no quiso pasarme la versión completa.

La desacredito al decir que la tipa le había profetizado una sola hija y ella ya estaba embarazada de mi hermano… y al final fuimos cuatro hermanitos.

La cuestión es que de la única cosa que se acordaba bastante bien mamá, nunca se había dado en mi vida, ni por asomo. Y de repente, un día, las condiciones sí se dieron. Apenas como una posibilidad, o menos que eso.

Entonces yo, ya advertida que la cuestión traería (tal vez) grandes pesares ¿cómo actúo? ¿dejo que las cosas sean? ¿trato de evitarlas? ¿me confío, contra mi costumbre, en que las cosas se sucederán de cualquier modo? ¿las fuerzo solo para demostrar que la mujer aquella estaba equivocada?

Por suerte, ando enredada en otros varios temas, algunos muy importantes para mi hoy, de toda índole. Muy propios, muy míos y que tienen toda la prioridad en lo que se refiere a atención, dedicación y energías… y mucho más.

Conversaciones frente al hogar

Decía una amiga mía, a quien aprecio mucho y con quien hubiese querido compartir muchas mas horas de lo que realmente compartí, que lo importante es querer, es la voluntad.
La última noche antes del regreso a su ciudad natal, nos quedamos hablando junto al fuego del hogar, tomando un te de cedrón o algo así.
Ella nos contaba de su épocas de colegiala y universitaria allá en su país.

Decía que para lograr algo, se necesitaban tres o cuatro cosas. Voluntad, dinero y tiempo. Que el dinero de alguna forma se conseguía, aunque fuera vendiendo sándwiches de pan duro y mayonesa en las madrugadas de algún festival. Que siempre se tiene algo no imprescindible que otro quiere comprar y se puede hasta malvender, que siempre se puede renunciar a algún gusto para lo que se estaba ahorrando, que lo importante era realmente querer.

Decía también que el tiempo no es más que de uno, aunque lo haya hipotecado, aunque lo haya comprometido. Que disponer de nuestro propio tiempo era una cuestión de estar dispuestos a levantar esa hipoteca; que en realidad, lo importante,era querer. Que lo importante era saber lo que se anhela, y saber que tanto se deseaba algo. Que después de eso, todo era cuestión de ser ordenados y metódicos. De tener las ideas claras.

Lastima que esa charla, llena de ejemplos, llena de risas, fue la última noche. Fue esclarecedora. Ojalá tengamos oportunidad de otras muchas charlas como esas.

Y aprovecho este medio para dejarle mis cariños a esa persona. Los tiempos y la vida que compartimos fueron muy particulares. Como sea, queda y quedará en mi recuerdo, eso sin duda. Y ademas queda entre mis contactos. Bienaventurado este medio que acorta las distancias entre quienes se quieren.

Amiga: buena suerte y hasta pronto.

Íconos

De niña muy niña tenia un tentempié (o tentenpié, disculpenseme las faltas de ortografía, que en esa época yo no sabía ni leer ni escribir). El muñeco este se llamaba así, porque por más que lo empujara mil veces, mil veces se volvía a levantar, solito.  Se mantenía en pie, esa era su esencia, su gracia, su chiste.

Mi tentempié era un muñeco inflable enorme. Enorme para mí al menos. Era como un conejo. Más bien, podríamos decir que era un cilindroide donde estaba dibujado un conejo muy sonriente, con dos orejas como de conejo que eran lo único que sobresalía del cuerpo.

Y, obviamente, no era mágico. En la base semiesférica tenia un peso fijo… y el resto era puro aire. Se mantenía en pie por pura acción de la gravedad. Pero era divertido. Intentar una y otra vez voltearlo en el suelo, para ver como inmediatamente se levantaba, siempre con la misma energía. No importaba si lo se lo recostaba con cariño o a fuerza de  golpes. Un ejemplo de tozudez, mi tentempié.

Pero, como todos,  mi conejo tenia sus punto débiles: no era más que un muñeco inflable. Si se pinchaba, o si simplemente se le destapaba su pico para inflar, se desinflaba, caía, moría, aunque fuera por un rato.

No sé como llegó a mí ese juguete. Ni sé que fue de él.

Sé que puedo preguntarle a mi mamá. De hecho, ya se lo pregunté alguna vez, pero las respuestas no deben haber sido tan significativas como para que las recuerde. Volveré a hacerlo, al menos para escribirlo aquí, a modo de homenaje.

Sé que está de fondo en un par de fotos mías, fotos de un cumpleaños.

Sé que por mucho tiempo lo recordé muy bien.

Sé que después simplemente pude mantener su imagen a través de las fotos.

Sé que dejó una impronta profunda en mí.

Sé que invoqué su imagen muchas veces de niña, de adolescente, de adulta.

Sé que lo transformé en ícono, en ejemplo, en metáfora, en estandarte.

Será que nunca creí en ángeles de la guarda…

Susurros

Él dijo que no.
Yo dije: tenes razón
Él dijo que no debería ser.
Y yo le dije: no te preocupes, no será.
Y agregué: ni siquiera es.
No me gusta. No sé. No entiendo.
No quiero. No importa. No es. 
No puedo. No sabemos, ni queremos saber. 
Y una voz que conozco bien
(una voz lupina, visceral y profunda)
me susurro en el oído:
                                            Eppur, si muove.
y yo quise susurrarte al oído:   
                                           Eppur, si muove.
No sé si no tuve suficiente fuerza.
No sé si estabas demasiado lejos.
No sé si quise que me escucharas.
Ni se si me quisiste escuchar…

Cuentas regresivas

Las esperas siempre tienen que ver con las cuentas regresivas cuando lo que se espera tiene una fecha y un horario determinado. Si pasado ese momento aún se está esperando, la cuenta ya no será restando, sino sumando los minutos, las horas, los días, los años – sí, es algo que puede pasar también – que han pasado desde el instante determinado. Y si bien esperar es esperar, son dos esperas muy distintas. Muy distintas. Generan cosas muy distintas, incluso si lo que se espera es la misma cosa. Por suerte lo que yo espero casi siempre son autobuses que suelen llegar a tiempo.

s. v. v.

Jugando, como cuando niños releíamos las paginas rosadas al final del diccionario, encontré una frase muy simple, muy corta, que se grabó en un instante y para siempre en mí. Estaba escrita como esas cosas que escribíamos cuando ciertas verdades nos iluminaban y nos oscurecían el alma. Un protocolo antiguo, una formula obsoleta, un gesto altruista y pretencioso. No recuerdo. Ni me importa. La hice mía por simple, por cierta, por clara, por oportuna. Por aparecer entre cientos o miles de frases en el momento exacto. Traducida y explicada. Una abreviación, tres letras, porque con eso basta. Aunque no sea una verdad universal, aunque sea refutable de mil modos. Una idea, un sentimiento, una consigna para bordar en el estandarte imaginario que protege y que inspira mis pasos, aunque no sepa donde voy.

Tiempos

El 12 de enero del 2008 cumplí 31 años. Me gustan los números impares, aunque mi cumple impar siempre sea en un año par por haber nacido en 1977. Es cuestión de gustos, no más. Y dando un vistazo atrás, cualquiera diría que me gustan las asimetrías. Que el desequilibrio me mantiene despierta, aunque sea simplemente para no caer. Que la estabilidad es una meta que busco con poco ímpetu. (Y puede ser que sea, al menos por el momento)

Otra vez.

Otra vez. Entre el lugar en el que estabas y aquel en el que ya no estás. Entre las cosas que creía saber y no sé.
Por la ventana se ve una blancura absoluta. Ni islas, ni río, ni parque, ni cielo. Nada. Todo inmerso y fundido en la niebla . Es como si mirara para adentro. Sé que las cosas están ahí, pero no logro distinguirlas.
Estoy en casa, pero otra vez me siento como en las noches en que esperaba sin hacer nada en la terminal de Concordia, San José, o algún otro pueblo. Fuera de Tiempo y en ningún Lugar, sabiendo de donde venía, y a donde iba. Y donde estaba y sin embargo, perdida.
Y no queda nada que decir, decías.
Y yo creo que sí, que queda mucho que decir, pero hoy no es el día.
Y que no hay vuelta atrás, decíamos.