Para no olvidar

Para no olvidar, ni lo bueno ni lo malo.
Por eso, y tal vez por otros motivos menos serios,
ciertas coincidencias y también ciertas diferencias
se hicieron parte de mi rúbrica,
como si fuera una plegaria cotidiana
a la que se obligan mis dedos a rezar escribiendo
con absoluta premeditación y sin real conciencia.
Para recordar lo bueno y lo malo,
las preguntas que no quiero dejar de hacerme,
las respuestas posibles y probables,
las convicciones perdidas y encontradas,
los errores y los aciertos indefinidos como fueron…
Por eso, y tal vez por otros motivos menos serios,
prevengo el olvido con estos juegos arteros.
(trampas tendidas a mi misma donde siempre caigo,
hasta que algún día, finalmente, me venza el hartazgo)

Casi lo mismo

Otra vez en la estación, otra vez el mismo personaje. No importa donde este, a donde vaya o de donde venga. Está ahí, casi siempre.

Tal vez por aburrimiento o por genuina curiosidad me acerqué, buscando mentalmente una excusa que pareciera excusa. Válgame la ingenuidad, porque ingenua me sentí cuando me habló como quien retoma de la nada el hilo de una conversación interrumpida quien sabe cuando, quien sabe donde.

Y sí… – me dijo con la mirada perdida en algún detalle invisible del desgastado pavimento de las dársenas vacías – a veces pasa que el tiempo ya no pasa. Entonces, la única forma de envejecer es viajando, engullendo distancias, haciendo pasar centímetros y kilómetros forzosamente a través de nosotros, cuando ya no quieren pasar ni las horas ni los días ni los años.

Ya verás – agregó, mientras se levantaba y se acomodaba al hombro su equipaje imaginario –  ya verás, al final la ilusión que se obtiene es bastante similar.

Y yo no pude más que asentir. El altavoz anunciaba dos nuevos arribos y tres nuevas partidas. Era hora de embarcar.

Sin duda podría haber acotado algo, pero bien podía quedar para la próxima. Otra vez.

Sobre pedir deseos. Sobre no pedirlos.

Pasó fin de año. Empezó un año nuevo. En  el momento, bastó con desear con que sea un buen año para todos. Así, en forma genérica.. La cosa no daba para más. Todo el esfuerzo se fue en tratar de que el deseo sea sincero, naciera de lo profundo y no se convirtiera en una fórmula de salutación tradicional. Luego ya vendrían unos días de calma como para pensarlo mejor. ¿Cómo fue este año que pasó? ¿Cómo será este que recién empieza?

Y de repente, llegó otra vez uno de esos momentos donde tradicionalmente se piden deseos. Esta vez, un poco mas personal, el día de mi cumpleaños. Cualquiera diría que tiempo para pensar y reflexionar tuve de sobra. Y en realidad, tuve suficiente; aunque nunca sea realmente suficiente.

Llegó el momento de pedir los tres deseos. Pero este año, tal vez por primera vez en 32 años, no hubo torta de cumpleaños, ni velitas, aunque hubo festejos. No pedí ningún deseo. Renuncié a ese privilegio hace más de una década. No es que no desee cosas, que no tenga anhelos. Es que no sé pedirlos. No sé como ni sé a quien. Podrán acusarme de que soy una mujer falta de fé, pero no lo soy. Al menos optimismo no me falta.

¿Y si pudiera pedir solo un deseo, con absoluta garantía de que se va a cumplir en tiempo y forma? No sabría que pedir. A cada deseo se le interponen muchas objeciones – técnicas, prácticas, teóricas, éticas – que no los hacen merecedores de tan única oportunidad.

Y después, está este tema de la decepción.

Y está la cuestión ineludible de la comodidad de desear aquello que difícilmente lograríamos por nuestra propia cuenta (si nos atreviéramos), y que por lo tanto deseamos que se cumpla por si mismo.

Y está esa dificultad enorme de pedirle ayuda a las personas que pueden ayudarnos a la hora de cumplir deseos propios y ajenos.

Y está el tema de éste profundo sentir que la vida me ha brindado tanto, que pedir algo mas, si de pedir se tratara, sería un abuso.

Y está esta cuestión de que algún día, tal vez, puede haber un deseo más seriamente deseado que cualquier otro deseo. Y si de desear se trata, prefiero tener mi cuenta habilitada para entonces.

Por eso no pido deseos cuando cumplo años. Ni cuando veo una estrella fugaz.

 

De busquedas y afines

«Si disfruta del silencio y la quietud, entonces, es piedra. Incluso si respira», dijeron las piedras. Y ahí se quedó, mirando el infinito desde lo alto de la montaña por un tiempo. Luego bajó al bosque.
«Si tiene raíces que lo unen a la tierra, y de ella se nutre, es árbol. Aunque sus raíces sean etéreas y camine sobre la faz de la tierra», dictaminó el árbol más viejo entre los árboles. Con los árboles se quedó sintiendo el viento y luego se marchó.
«Si necesita el sol y lo venera, es lagarto aunque su sangre sea tanto más caliente», concluyeron seriamente los saurios.
«Si es esencialmente agua y depende de ella para existir, es pez, aunque no pueda respirar en ella», concordaron los peces.
«Si sueña con volar, entonces es ave, aunque no vuele más que en sueños», sentenciaron las aves sin dudarlo un instante.
«Si nació respirando y bebió la leche de su madre, es parte de la manada, aunque sus formas sean otras», afirmó la loba madre.
«Si no piensa igual que yo, no pertenece a este lugar, aunque sea tan humano», repitieron muchas veces los humanos en un lugar y en otro y en otro.
«Si no cree en lo que creo, no es de los mios»
«Si no viste como visto, si no habla la lengua que hablo, si no duerme a la hora que yo duermo…»
entre los humanos la cosa se hizo mas complicada, pero no imposible.
Después de todo, lo que buscaba lo encontró entre ellos.
Y entre ellos fundó finalmente su hogar.

Un largo y mínimo instante…

Una idea, un sentimiento, una sensación, todo en un instante.
La síntesis más clara de un montón de ideas vagas con las que jugaba desde hace años, de sentimientos inciertos que vislumbraba de vez en cuando. Ninguna verdad universal. Más bien, todo lo contrario. Algo que involucra parte de mi historia y que llega a mi presente.  Y que tiene que ver con las personas mas cercanas y queridas. Y mucho más con las personas amadas. Que tiene que ver con actitudes, con creencias, con sentimientos, con acciones, con ideas y con ideales.
Un instante que llena de claridad e incertidumbre. De esos que te hacen sonreír en la oscuridad aunque nadie te vea. Y te saca unas lágrimas de esas que no duelen en absoluto. Uno de esos instantes que no cambian nada hacia atrás… pero que no pueden no afectar, aunque sea muy mínimamente, el futuro. Porque no pueden olvidarse ni ignorarse. No una revelación ni una visión. Posiblemente, una tontera. Una idea bella, en un momento especial.
¿Qué importa que relevancia tenga? Una buena experiencia, sin duda. Las ideas bellas, cuando llegan así, sin que se las busque conscientemente, y emocionan, siempre valen la pena. y si además ayudan a reconocer y reafirmar los lazos que nos unen, tanto mejor.

Fin de año

Este hubiese sido un buen momento para que cada uno de nosotros se tomara un tiempo para sí mismo, para la reflexión introspectiva y el balance existencial.

Este hubiese sido un buen momento, sino fuera…

… que las inclemencias climáticas nos agobian;

… que los preparativos de las fiestas nos estresan;

… que las comidas y bebidas de las fiestas nos enferman;

… que las obligaciones de las fiestas nos sofocan;

… que las ausencias en las fiestas aún nos angustian;

… que las convenciones sociales nos presionan;

… que la crisis económica nos preocupa;

… que la exigencia laboral nos agota;

… que el cansancio de todo un año nos aplasta;

… que el cuerpo se resiente;

… que la mente se resiste;

… que el corazón tal vez no se sienta lo suficientemente fuerte para soportar reflexiones introspectivas ni balances existenciales.

Sino fuera por estos detallecitos, mínimos, intrascendentes, veniales, este hubiese sido un momento más que adecuado.

Pero bueno, el momento ya llegará. Una, dos, diez veces en al año o en la vida. Ya llegará y será provechoso, sin duda.

Hasta entonces, hay que seguir viviendo.
Viviendo y disfrutando de cada día, que así la cosa tampoco esta tan mal.

(y quien sabe, tal vez para hallar la paz y la felicidad, o al menos la tranquilidad y la alegría, a veces basta con cambiar de perspectiva sobre esos detallecitos insignificantes…)

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Un fuerte y sincero abrazo, un beso para cada uno, mis mejores deseos,

                                          ¡Feliz fin del 2008 y muy feliz 2009!

                                                                                   REG

Oportunidades

La oportunidad estuvo ahí. Tal vez no pude, tal vez no supe. O tal vez no quise aprovecharla al cien por ciento. ¿Qué más da?

La oportunidad estaba ahí. Y al día siguiente ya no estaba. Y al día siguiente la vida continuaba como continúan en general las vidas: como pueden.

Algunas oportunidades simplemente se dan. Otras hay que buscarlas con insistencia. A veces se plantean sumamente simples y accesibles. Otras veces apenas se vislumbran y parecen casi imposibles.

Por definición, casi se diría que las oportunidades en si, cada una y con su necesario contexto, son irrepetibles. Dicen también que llegado el momento no hay que dudar. Que las oportunidades suelen ser fugaces.

Y debe ser que dude. O no pude. O no supe. O no quise.
Hoy, tanto tiempo después, yo me pregunto: ¿qué más da?

Otro día en la Estación Central

Otra vez en la Estación Central. Hoy es un hormiguero humano/mecánico. Gente en tránsito, incluso la que espera. Coches en tránsito. Ideas en tránsito.

Yo escribo sentada desde un rincón. Horas y horas en estaciones de un tipo u otro ayudaron a tomar la decisión de comprarme algo con lo que escribir sin depender de los horarios ni las monedas. Claro, siempre pude hacerlo: bastaba una lapicera y un cuaderno, a veces menos que eso. Pero así es mas simple. Escribir como quien piensa es más lindo y es más fácil.

Las tardes de multitudes no son tranquilas en un lugar así. Una señora, viejita y maltratada por la vida, está sentada en el suelo y está descompuesta. Llora del dolor de cabeza y le cuesta hablar. Sus hijos, balbucea, fueron a comer un sándwich fuera de la estación. No me extraña: los precios aquí adentro son prohibitivos para la gran mayoría.

Dejo de escribir un rato para asistirla. Otra mujer que también espera me acompaña.

Los hijos no han vuelto, no vuelven. Llamamos a un policía, él llama a uno de seguridad y ese llama a las enfermeras de guardia. Yo bajo a buscar agua fresca. Nadie sabe mucho, pero parece un golpe de alta presión. La señora huele muy mal. Tienen un montón de bolsas, bolsitas y atados quien sabe de qué alrededor. Se la llevaron con todo a la enfermería. 

¿Dónde están los hijos? ¿Qué pensaran cuando vuelvan y no la vean ni a ella ni a sus cosas? ¿Volverán? ¿Tenían pensado volver? En diez minutos llega mi autobús; después de eso tendrán que ir a preguntar a Informes, porque de los que estábamos en este sector ya no queda nadie. ¿Que será de esta señora Silvia?

La terminal, a media tarde , un sábado de calor veraniego.  Multitudes. Movimiento. Ruidos. Olores. La gente que se presta la atención necesaria, y la indiferencia necesaria. Todos demasiados próximos. No necesariamente desagradable. Se distinguen cantidad de sonrisas. Y de miradas que han viajado y arribado a destino mucho antes que los ojos que yo veo  desde aquí. Llego mi hora de partir. Los hijos no llegaron. El sistema sigue que sigue. Ya se reencontraran, pero podría haber sido todo más fácil…

Evolución – involución

Vamos perdiendo las muelas del juicio,
el fino olfato, el oído agudo,
y el filo histórico de los colmillos.
¿Cómo he de saber, amor, si no puedo ya morder,
que corre aún la tibia sangre bajo tu piel?

Miedos

Hace tiempo que quiero escribir algo sobre el miedo.

No sobre el miedo repentino y esporádico ante peligros inminentes, más o menos concretos. No sobre el miedo que salva vidas, sino sobre el miedo que se hace forma de vida. El miedo de tener miedo por si las moscas…

Sobre eso quería escribir, pero no se me ocurre nada. Al menos hoy, ni una linea más que esta.

Palabras mágicas / db

Le pedí una palabra de emergencia.
Tuve mi palabra mágica. Sirvió.
No resolvió nada. No la pedí para eso.

Las palabras mágicas, como yo les digo, son para otra cosa.
Y no tienen nada de mágicas.
Dos veces las pedí. Dos veces allí estuvieron.

Estoy en deuda.

Estrategas

Junto a la estación hay una pequeña plaza. En la pequeña plaza hay un gran árbol. Bajo su sombra dos tipos juegan al ajedrez. Dos linyeras, dos crotos, dos vagabundos. Two homeless, dirían en ingles. Uno casi no oye, el otro no sabe ni quién es. Golpeados, mal heridos por la vida, ulceradas indefectiblemente el alma y la piel. Se demoran en cada jugada, juegan sin reloj, juegan sin tiempo. ¿Viven sin tiempo? No lo sé. La mirada fija en el tablero. Dicen los que saben que ambos juegan muy bien. En el brillo de sus ojos brumosos se intuye el juego cuatro, cinco, seis jugadas adelantadas. Impecables estrategas de la nada. Peón por peón, sonrisa ladeada, juegan las blancas. Llega un autobús. Se alborotan taxistas, vendedores ambulantes, se agita la manada. Retrocede el caballo, se libera la dama. Quisiera poder leer en sus mentes ese futuro inmediato que los deleita.
Pero mi hora de partir llegará antes de que muera un rey, sea cual sea.
(Sí hay relojes de este lado de la vida)

Otras palabras

Cuando viajo llevo siempre a los poetas en mi bolso de mano. Los artistas de la palabras, los de hoy y los de antes. Del Dante a Sabina. ¿Quién diría? Pero siempre me les resisto. Ahí quedan, me duermo, los evito y me escapo.

Pero hoy me toco viajar de día. Y es un día muy de verano, de viaje lento, largo y caluroso. Cedí a la tentación de sus versos y se resquebrajaron mis corazas. No hay donde escapar en un autobús sino es al mundo de los sueños, que hoy, justo hoy, me negó la entrada. Y ahí estaba yo conmigo, a flor de piel.

(y una sola lágrima emocionada, que no tuvo la decencia de caer)

El circo

No sé cuantas veces fui a un circo. Yo recuerdo, con esfuerzo, haber ido solo una vez, cuando tenia tal vez seis o siete años. Tendría que haber prestado entonces mayor atención. Siempre hay de quien aprender cosas útiles. Después la vida fue requiriéndome habilidades de equilibrista, de malabarista; reclamándome payasadas e ilusiones varias. Tendría que haber prestado mas atención…

 

(sin embargo, dicen,
que el pobre Garrick sigue sin curarse,
pálido su rostro y la misma sonrisa pintada;
la mirada perdida quién sabe en qué,
el paso seguro, elegante y medido,
como si fuera haciendo equilibrio
en una eterna cuerda floja que nadie ve,
mientras va haciendo imposibles malabares
con los pedazos que quedan de lo que fue)

«Elige…»

De visita en casa de un amigo vi uno en el estante de más abajo de la biblioteca. Yo tenía un par en casa. Era un libro de la colección «ELIGE TU PROPIA AVENTURA». Una colección de aventuras infanto juveniles de finales múltiples que en cada página o cada dos páginas, se te presentaban dos o tres opciones. Un libro impreso interactivo, por decirlo de algún modo.
Pero a pesar de ser para niños, muchos de los finales, tal vez la mitad, terminaban mal: o te morías, o te perdías, o ibas preso… vos o tus compañeros o familiares. Así de crudo podía ser.
Otros finales eran finales sin pena ni gloria, Y apenas uno o dos eran realmente los satisfactorios.
A veces, a la hora de decidir, se premiaba la sensatez, la valentía, la prudencia, la sabiduría o la ética. Pero a veces las elecciones basadas, justamente, en la sensatez, la valentía, la prudencia, la sabiduría o la ética no llevaban a buen puerto. Y generalmente había que simplemente elegir al azar.
De una manera muy rudimentaria, estos libros te enseñaban a ver que las decisiones eran importantes, que no todo era lo mismo, que a veces acarreaban tragedias. Por suerte, eran pura ficción y siempre tenías la opción de volver atrás y empezar de nuevo (lo cual era, sin duda, muy aburrido). Pero con la práctica, se iba identificando cuales eran las páginas donde estaban las decisiones primordiales, y con regresar hasta allí bastaba para reemprender la búsqueda de un final mejor.
La vida no nos da esa chance. No se puede volver atrás. Se pueden tomar nuevas decisiones tratando de revertir las consecuencias de un accionar anterior; pero lo que pasó, pasó.
Nos guste o no, como en el libro, tenemos que elegir a cada instante. La mayor parte de las veces, decisiones a simple vista intrascendentes, que efectuamos en forma casi automática; otras, absolutamente trascendentales. A esas, en general, les rehuimos un poco. Y sin embargo, escapar no es más que una opción más y al final nos damos cuenta que no se puede estar siempre escapando.

Palabras

Dos palabras, una frase, un contexto.

(Nunca el mismo, pero siempre similar).

Una aseveración que, tácitamente, exige otra, igual y contraria.

Y la exigencia que se cumple.

Con dos palabras que quieren decir lo mismo.

Pero con palabras distintas.

Y con palabras distintas quieren decir lo mismo, pero no lo dicen.

Tampoco lo niegan, pero parece.

Dos palabras que cuando las escucho me tensan los músculos.

Me erizan la piel.

Dos palabras que tornan mi sangre en sangre de lobo de la estepa.

Dos palabras que no me gusta escuchar.

Mucho menos cuando las pronuncia mi boca.

Esos instantes

Seguramente no «LA VERDAD», así con mayúsculas; pero sí pedacitos de verdad y pequeñas verdades, a veces se revelan en los instantes menos imaginados: al ver caminar una arañita en la pared mientras tendemos la cama, al juntar un lápiz que se nos cayó en la oficina o al elegir un jabón de tocador en el supermercado. En cualquier momento, en cualquier lugar. La cuestión es darse cuenta, pero de alguna manera sucede. Ahí está el chispazo.

¿Y después? Después, la vida continúa.

Tibieza

 Días de tibieza, hasta Harry los prefiere de vez en cuando…

¿Es que acaso alguien envidia su suerte? ¿o la suerte de Armanda?

http://www.bibliodelsur.unlugar.com/ebooks/hesse__lobo_estepario.pdf

Rosa de los vientos

Tengo una brújula cuyo norte siempre apunta al sur. Y otra que indica el norte en direcciones distintas cada vez. Ambas me sirven a pesar de todo. La primera me sirve para orientarme, aunque deba hacer el esfuerzo extra de invertir la brújula en mi cabeza. La segunda, para que recuerde que es un error confiar ciegamente, incluso en una brújula…

Subjetividades

¿qué escalas para que criterios?

¿qué criterios para decidir que cosas?

¿cuál es el punto medio, la referencia?

¿cuántos cientos de escalas, cuántos miles?

¿qué tan adaptables a nuestros deseos?

¿qué tan flexibles ante la critica?

¿qué tan compatibles con las demás?

¿qué tan justificadas ante nuestra conciencia?

¿qué tan creíbles? ¿qué tan creídas?

¿qué tan enraizadas?¿qué tan enmohecidas?

¿cuánta energía demanda el simulacro de paz
para nuestra conciencia, para nuestro corazón?

¿cuánto esfuerzo?

¿valdrá la pena?

Cuando el tiempo deja de contarse en años, y se empiezan a contar los meses…

Cuando dejan de contarse los meses, para contar las semanas…

Cuando no importan las semanas sino los días…

Cuando llega el momento finalmente de contar las horas…

Entonces es cuando se pierde la noción del tiempo, del espacio.

Y la espera es pura y netamente una espera.

Una realidad en si misma, un solo respiro…

Más esperas

En algo se parecen cada una de las estaciones de autobús. Las grandes y las pequeñas. Las modernas y las antiguas. Las muy concurridas y las casi desiertas.  Las conocidas y las desconocidas.
Y en algo se diferencian también, incluso de sí mismas, en cada ocasión.  Y no, no me refiero a los parecidos y las diferencias obvias, físicas, externas, funcionales. Es otra cosa, algo que se gesta en la mirada de cada persona. Algo que tiene que ver con el antes y el después de ese momento; el momento siempre presentísimo de las esperas en la estación…

Días de niebla

A veces pasa: un par de días de niebla densa al año. Niebla que borra al paisaje, incluso pasado el mediodía. Estos han sido días de esos. Conozco el paisaje que me rodea. Sé que las cosas están allí, pero no puedo verlas, a pesar de tanta luz. Un manto gris y brillante engulle cielo, río, horizonte, islas, edificios, árboles, coches, gente. Todo. Sé que están allí, pero pareciera que no estuvieran. La mente y los sentidos se contradicen y generan una extraña inquietud. Con saber, con entender, no basta. Pero no hay mucho más que hacer que esperar que se disipe la niebla. Y disfrutar del paisaje / no paisaje atípico que el día nos brinda. Tiene su encanto. Sí que lo tiene.

En tránsito

A poco de llegar a destino. Apenas a unos kilómetros. Desde aquí escribo. Salí un poco más tarde de lo previsto, el viaje estuvo  más o menos dentro de lo esperado, con algunas demoras, y ya apunto de llegar, me avisan que tendré que esperar en esta estación otro rato.

Este viaje decidí hacerlo yo. Todas las demás variables me son externas. El entorno, el mundo que me circunda, está complicado. Las variables de los cuándo y los cómo no puedo manejarlas; me someto – más o menos – a lo que ocurra.

Pero la decisión de hacer o no hacer este viaje, es decir, la variable primera y fundamental, fue mía.  Y sí, imposible ignorar lo que todos sabemos: paros, falta de combustible, rutas cortadas, miedos, precauciones. Obstáculos. Dificultades.

aquí estoy, un poco tarde, pero a punto de llegar. Es cuestión de paciencia. De paciencia y de suerte. Y de estar atenta, de saber ver, escuchar, procesar rápidamente y decidir rápidamente llegado el momento. De buscar las mejores opciones ante cada modificación de la realidad, que se empecina a cambiar hora tras hora.

Falta poquito, poquito. En esta estación en medio de la nada, digamos que me queda un tiempo muerto como para sentarme a escribir cosas intrascendentes, como estas. Pero ya, en breve, llegará el momento de recuperar el tiempo perdido, de ponerse al día con aquello que este tiempo de viajes difíciles está retrasando. Y no habrá entonces más tiempo para tonteras….

Íconos

De niña muy niña tenia un tentempié (o tentenpié, disculpenseme las faltas de ortografía, que en esa época yo no sabía ni leer ni escribir). El muñeco este se llamaba así, porque por más que lo empujara mil veces, mil veces se volvía a levantar, solito.  Se mantenía en pie, esa era su esencia, su gracia, su chiste.

Mi tentempié era un muñeco inflable enorme. Enorme para mí al menos. Era como un conejo. Más bien, podríamos decir que era un cilindroide donde estaba dibujado un conejo muy sonriente, con dos orejas como de conejo que eran lo único que sobresalía del cuerpo.

Y, obviamente, no era mágico. En la base semiesférica tenia un peso fijo… y el resto era puro aire. Se mantenía en pie por pura acción de la gravedad. Pero era divertido. Intentar una y otra vez voltearlo en el suelo, para ver como inmediatamente se levantaba, siempre con la misma energía. No importaba si lo se lo recostaba con cariño o a fuerza de  golpes. Un ejemplo de tozudez, mi tentempié.

Pero, como todos,  mi conejo tenia sus punto débiles: no era más que un muñeco inflable. Si se pinchaba, o si simplemente se le destapaba su pico para inflar, se desinflaba, caía, moría, aunque fuera por un rato.

No sé como llegó a mí ese juguete. Ni sé que fue de él.

Sé que puedo preguntarle a mi mamá. De hecho, ya se lo pregunté alguna vez, pero las respuestas no deben haber sido tan significativas como para que las recuerde. Volveré a hacerlo, al menos para escribirlo aquí, a modo de homenaje.

Sé que está de fondo en un par de fotos mías, fotos de un cumpleaños.

Sé que por mucho tiempo lo recordé muy bien.

Sé que después simplemente pude mantener su imagen a través de las fotos.

Sé que dejó una impronta profunda en mí.

Sé que invoqué su imagen muchas veces de niña, de adolescente, de adulta.

Sé que lo transformé en ícono, en ejemplo, en metáfora, en estandarte.

Será que nunca creí en ángeles de la guarda…

Susurros

Él dijo que no.
Yo dije: tenes razón
Él dijo que no debería ser.
Y yo le dije: no te preocupes, no será.
Y agregué: ni siquiera es.
No me gusta. No sé. No entiendo.
No quiero. No importa. No es. 
No puedo. No sabemos, ni queremos saber. 
Y una voz que conozco bien
(una voz lupina, visceral y profunda)
me susurro en el oído:
                                            Eppur, si muove.
y yo quise susurrarte al oído:   
                                           Eppur, si muove.
No sé si no tuve suficiente fuerza.
No sé si estabas demasiado lejos.
No sé si quise que me escucharas.
Ni se si me quisiste escuchar…

Cuentas regresivas

Las esperas siempre tienen que ver con las cuentas regresivas cuando lo que se espera tiene una fecha y un horario determinado. Si pasado ese momento aún se está esperando, la cuenta ya no será restando, sino sumando los minutos, las horas, los días, los años – sí, es algo que puede pasar también – que han pasado desde el instante determinado. Y si bien esperar es esperar, son dos esperas muy distintas. Muy distintas. Generan cosas muy distintas, incluso si lo que se espera es la misma cosa. Por suerte lo que yo espero casi siempre son autobuses que suelen llegar a tiempo.

Influencias

En parte será la personalidad de cada uno, pero no se pasa por la vida de forma impoluta; y lo que nos rodea, nos marca.

Será que tanto escuchar eso de «less is more» que enunciaba Mies, hizo su marca en mí. No solo como un precepto de arquitectura, sino como una filosofía para la vida en general.Aquello de «form follows function», o el manifiesto de  Loos «Ornament und Verbrechen».

Será la época que me toco vivir, el entorno, la familia, los libros que leí.

Pero bueno, al fin y al cabo, somos humanos  –  excusa válida, pero de la que mucho se abusa – y también yo caigo, de vez en cuando, en la cursilería verborrágica creyendo, inocentemente, embellecer lo que debería ser (es?) absolutamente bello en sí mismo.

Craso error. ¿Disfrutable? Sí, pero peligroso.

Visto / leído por ahí…

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 Ser libre es no tener que mentirle a nadie.

s. v. v.

Jugando, como cuando niños releíamos las paginas rosadas al final del diccionario, encontré una frase muy simple, muy corta, que se grabó en un instante y para siempre en mí. Estaba escrita como esas cosas que escribíamos cuando ciertas verdades nos iluminaban y nos oscurecían el alma. Un protocolo antiguo, una formula obsoleta, un gesto altruista y pretencioso. No recuerdo. Ni me importa. La hice mía por simple, por cierta, por clara, por oportuna. Por aparecer entre cientos o miles de frases en el momento exacto. Traducida y explicada. Una abreviación, tres letras, porque con eso basta. Aunque no sea una verdad universal, aunque sea refutable de mil modos. Una idea, un sentimiento, una consigna para bordar en el estandarte imaginario que protege y que inspira mis pasos, aunque no sepa donde voy.

Gris

Los hombres grises no son los hombres que habitualmente llamamos los hombres grises, seres alienados sin mas meta ni ambición que respirar día tras día, hasta que se cansan de respirar.

No, los hombres grises son otra cosa. Son esos que buscan preguntas en lugar de respuestas. No buscan saber La Verdad, sino que simplemente quieren entender, aunque sea algo, aunque sea un poco. Existen, son pocos, pero existen. Viven dudando, pero no confusos, ni perdidos. No sufren por no saberlo todo, por no vivirlo todo, por no tenerlo todo.

Indefinidos a fuerza de voluntad, pero únicos en si mismos. Tibios, moderados, grises.

Son habitantes de la frontera entre una cosa y su opuesto, entre una cosa y otra, aunque no sea su opuesta. Y esa frontera a veces es una linea. Y hacer equilibrio en esa linea es muchas veces agotador, y pasa a veces, que los hombres grises dan un paso a un costado, a cualquier costado y toman color, y viven felices o tristes, según pinte la ocasión.

Los hombres grises no dejan de sentir, porque son seres humanos al fin y al cabo. Van, como pueden, entre la Tristeza y la Alegría, entre la Desesperación y la Calma, entre la Duda y la Certeza, aceptándolas y negándolas. Ser gris requiere un esfuerzo cotidiano, y casi nadie es gris toda la vida, ni mucho menos. Por definición, no es una condición definitiva. Ser gris es una condena y una gracia. Y uno no sabe si amarlos u odiarlos.

Yo no sé si soy un poco grisácea. A veces quisiera serlo. A veces quisiera no serlo. Ciertas cosas me pintan, a veces, el corazón, el cuerpo, la cara, y se siente más que bien y no puedo creerlo. Pero hay lluvias fuertes que tienen esa capacidad de disolver todos los colores, incluso los que se han adentrado mas profundo en mí. Entonces, cuando el agua cae con tal violencia, vuelvo a ser gris, hasta que pase el aguacero. Vuelvo a ser gris, porque sino, desaparezco.

Otro cartel…

En una puerta, un cartel que dice «NO PARA CUALQUIERA». Me pregunto si esa es la puerta que estaba buscando (y no, no recuerdo haber estado buscando ninguna puerta).

¿Es una puerta para entrar o para salir? Para eso tendría que saber si estoy adentro o afuera, saber adonde estoy, y definitivamente no tengo idea.

A mi alrededor se va llenando de gente con la ilusión de que la puerta se abra para ellos y les confirme que son «alguien no cualquiera». Algo me hace sospechar que al otro lado de la puerta la escena se repite. Esto puede terminar en una tragedia.

Me escabullo silenciosa entre la multitud y sigo camino a la Estación, mirando de reojo, como al pasar, cada puerta y cada cartel, como queriendo encontrar uno que diga: «HOME SWEET HOME» o algo similar.

Informes

Me acerco a la ventanilla de Informes y pregunto. Y no, ni a La Sabiduría ni a La Felicidad hay viajes directos. Muy por debajo, en tono cómplice, el encargado me confiesa no saber donde quedan, no saber si esos destinos en realidad existen… y que sí, que muchos ofrecen el servicio, pero que cada cual va por una ruta distinta. Eso ya lo sabia, por eso me dirigí a la casilla de Informes, le contesto. El hombre se ofende un poco por mi falta de apreciación por su advertencia y atiende al que sigue como si nada hubiese ocurrido. Sigo deambulando por la Estación, la de mi ciudad natal, la más rea de las que frecuento, más aun a las dos de la mañana. Hay un no sé qué en el ambiente que nos transforma a todos en personajes bizarros y grotescos. Los que están solos y los que no. Los que esperamos para irnos, los que esperan a alguien que viene, los circunstanciales, los que están trabajando. Hasta el perro vagabundo de siempre tiene un brillo extraño en la mirada, parece tener algo importante que decirme. Y yo, bajo el influjo de la atmósfera de ensueño o de pesadilla, prefiero ignorarlo. A él y a todas esas ideas, emociones y dudas que me rondan como moscas, que me acechan. Nomas quiero que mi coche llegue pronto, para poder dormir, aunque sea un rato.

Terminal central

Cinco horas en la terminal central, la más grande e importante de todas. Desde donde se va a cualquier lugar, a donde se llega desde cualquier parte. El centro neurálgico de todo. Una larga espera programada. Un lugar conocido. A mi alrededor, escucho murmurar en mil idiomas. Anuncian llegadas y partidas a cada instante.  Cerca, muy cerca, arriban los coches que llegan desde mi ciudad natal. Desde allí mismo salen, unos tras otros, como provocándome, como dándome una chance más cada vez, de volver al hogar, al útero materno. Y yo los dejo partir, como con cierta nostalgia. Todavía no es tiempo de regresar. Sabía que serían horas de larga espera, sin embargo…
Aunque mi colectivo llegó a horario, y yo llegué a finalmente a destino, un día después aun sigo sin saber donde estoy; la espera, me avisan, será por tiempo indefinido. Si bien la ruta fue la habitual, estoy en un camino que nunca hice, ni se a donde voy. Supongo que serán los riesgos admisibles de tener boleto sin fecha ni destino. Un pasaje en blanco. Un boleto mágico que no saqué en ninguna ventanilla, cuyo costo real no sé si alguna vez sabré. Pero ni modo, será cuestión de esperar.

Se equivocaba la paloma (?)

Dice Maggi (un personaje de Piglia),  que Tardewski (otro personaje) dijo, citando a Kant: “La paloma que siente la resistencia del aire piensa que podría volar mejor en el vacío.”

Piglia agrega, en la voz de Maggi, que es en ése telar de falsas ilusiones donde se tejen nuestras desdichas..

ref: de «Respiración Artificial», de Ricardo Piglia.

Distancias (miles de kilómetros, miles de años después)

Mi mente me advierte,
m
i corazón se confunde,
mis manos dudan,
m
i piel te reclama,
m
is labios te buscan.

Y yo te encuentro,
con tus labios que me buscan,
t
u piel que me reclama,
t
us manos que dudan,
t
u corazón confundido.

Y tu mente que te advierte:
¡esta vez será diferente!
(amén)


Otra vez.

Otra vez. Entre el lugar en el que estabas y aquel en el que ya no estás. Entre las cosas que creía saber y no sé.
Por la ventana se ve una blancura absoluta. Ni islas, ni río, ni parque, ni cielo. Nada. Todo inmerso y fundido en la niebla . Es como si mirara para adentro. Sé que las cosas están ahí, pero no logro distinguirlas.
Estoy en casa, pero otra vez me siento como en las noches en que esperaba sin hacer nada en la terminal de Concordia, San José, o algún otro pueblo. Fuera de Tiempo y en ningún Lugar, sabiendo de donde venía, y a donde iba. Y donde estaba y sin embargo, perdida.
Y no queda nada que decir, decías.
Y yo creo que sí, que queda mucho que decir, pero hoy no es el día.
Y que no hay vuelta atrás, decíamos.